Por mi parte, tras una meditada decisión decidí dejar mis calcetines de recuerdo en la basura de Yangón. El primer día paseando me había caído en una zanja de alcantarillado llena de agua y basura putrefacta. La mayor parte de las calles tienen canales de alcantarillado por los lados. A veces están cubiertos con losetas, otras veces con bambú, con puentecitos de bambú para cruzarlas por lugares estratégicos y otras muchas están simplemente abiertas. Cuando se está la mar de ilusionado con la cámara de fotos, es difícil ver el suelo al mismo tiempo. Me pasé por la tarde media hora en la ducha limpiando las zapatillas (e inundando el baño en el proceso), pero los calcetines tuvieron que ser sacrificados y se quedaron en Yangón.
Nos fuimos a dar una vuelta por las partes de la ciudad que no habíamos visto.
En el barrio musulmán tenían la costumbre de dejar colgando de las ventanas de los pisos de arriba cuerdas con bolsas. Como se pasaban mucho tiempo justo en la acera de debajo de su casa, vendiendo cosas o simplemente charlando, así podían subir dinero o bajar polvorones para tomar con el té. No sé si se ve bien en la foto de abajo, pero sólo en 3 metros de acera hay 5 cuerdas con bolsa colgando.
Por la calle oíamos constantemente como nos tiraban besitos. Yo, miraba para atrás imaginando encontrar una chica joven que me mirase con ojos tiernos, pero casi siempre se trataba de un tío con bigote mirando hacia otro tío. Tras un tiempo descubrimos que es la manera que tienen de llamarse la atención unos a otros. Con lo fácil que es pegar un grito o un "¡Eh!"
En el resto del país se usan muchísimo las motos, pero en Yangón están prohibidas. Según la guía de viaje, al hijo del alcalde o alguien importante de la ciudad le atropelló una moto, así que las prohibió. Sea por la razón que sea, es la única ciudad del Sudeste asiático que hemos visto donde no hay motos. Así que para el transporte individual usan la bici con sidecar. En las afueras también se ven carretas con un caballo.
Nos fuimos a ver una pagoda más. A la entrada de la pagoda estaban todas las tiendas donde puedes comprar las ofrendas que vayas a hacer, sobre todo flores y fruta:
Yo en un puente sobre una charca de tortugas gigantes:
Nos quedamos un poco más dentro de uno de los templos de la pagoda y vimos cómo después de rezar, un grupo de amigos o familia preparaban la comida y se ponían a comer. Todo esto dentro del templo.
Los hombres están alrededor de la mesa que habían montado, mientras que detrás estaban las 2 mujeres y por último y más alejadas de la mesa las 2 niñas. ¡Ah, Birmania! De los pocos países que van quedando donde todavía se respeta la masculinidad.
Hay bastante señoras mayores con collares de cuentas redondas de madera que parecen rezando el
rosario.
A los birmanos, especialmente a los hombres, les encanta mascar betel. Es como los chicles, pero adictivo. Así se ponen las nueces de betel dentro de las hojas. Primero untan a la hoja una crema blanca y luego ponen los trocitos de nueces por encima. Añaden tabaco y especias para darle un toque personal. Luego enrollan la hoja y a mascar.
Los de las bicis con sidecar se ponen en las esquinas a esperar que la gente los llame. No suelen parecer estresados.
Me encanta verles por las calles. El de abajo va por la calle transportando hojas de plátano.
El hombre de abajo estaba donde un canal de alcantarillado llega al río. Todavía no sé si se estaba bañando o estaría buscando basura útil que reciclar.
Por la tarde decidimos cruzar el río Yangón para ver cómo era la vida en el lado del delta. Es un barrio más alejado de la capital dondo ya no hay edificios de cemento. Para cruzar el río, Lucía quería buscar un barquero que nos llevase, pero al final (ahora me arrepiento), la convencí para coger el ferry. Como la estación de ferry estaba lejos, nos cogimos una bicleta de esas con sidecar para los dos. Lucía iba mirando para alante, y yo mirando para atrás. Los demás conductores de sidecares que nos veían se carcajeaban, al parecer porque los 2 occidentales pesábamos mucho. Nuestro conductor se metió en una carretera de peaje, pero al parecer las bicis no pagan.
El ferry era la mar de divertido. Tuvimos que pagar billete de extranjeros para cruzar, que cuesta unas 10 veces el precio del billete para los locales. En el ferry la gente lleva de todo. Por ejemplo, un montón de gallinas vivas colgando boca abajo de la bicicleta para vender en el mercado.
Se pasean muchos vendedores ambulantes para vender cosas de comer durante el trayecto (la de abajo, trozos de sandía):
En el muelle del otro lado del río espera la gente.
Mientras desembarcábamos un chico con pinta de estudiante que parecía simpático nos empezó a contar que él era miembro del NLD, el partido nacional por la democracia, y a hablar algo de política pero desgraciadamente, en cuanto bajamos al muelle empezaron a llegar los pesados que siempre te quieren enseñar la zona y llevarte en bicicleta a todos los sitios y se tuvo que ir.
Y es todo muchísimo más pobre que en lado de la capital. Cuando vamos a los bares, muchísima gente se nos queda mirando, sorprendida de ver occidentales por allí.
Barqueros en la orilla:
Al cabo de una hora nos volvimos al centro, a ver la parte de los edificios del gobierno. A mí los andamiajes me seguían fascinando. Los llegué a ver hasta para edificios de 7 pisos.
La zona de los edificios oficiales estaba llena de puestos de escribanos que se ofrecían a escribir los formularios y a redactar las solicitudes para las gestiones:
Me hizo gracia que tomando zumos de caña en puestos callejeros, algunos birmanos nos veían y nos advertían antes del precio (unos 30 céntimos de €) para que no nos cobrasen precio de extranjero. La mar de simpáticos.
Luego ya cenamos algo (ensalada de samosas troceadas con una salsa de lentejas y algo de lima me apunta Lucía) en un puesto callejero antes de coger el taxi para ir a la estación de autobuses. No sé si lo he dicho antes, pero mientras que en Bangkok los taxis al menos tenían taxímetro (aunque prefiriesen no usarlo con los extranjeros), en Birmania los taxis son coches normales, donde no hay taxímetro y hay que regatear el precio antes de montarse.
Nuestro autobús salía a las 7 de la tarde, pero el embarque era a las 6:30. Yo eso del embarque en los autobuses no lo había visto nunca. Por lo pronto, para montarnos no nos pidieron el billete. En cuanto nos vieron bajarnos del taxi, ya sabían que éramos los 2 extranjeros del autobús. Del compartimento para equipajes salía un tufillo a pescado bastante impactante, del que se ha quedado prendido la mochila de Lucía. Nos pusieron una tarjetita en las mochilas como las de facturación de los aviones (las demás maletas de los birmanos no tenían ese papelito) y nos mandaron a nuestros asientos. De alguna forma, ya sabían cuáles eran los nuestros. Pues nada, nos montamos todos a las 6:30, el conductor enciende el motor y ... pues no es que salgamos, es que ahora ponen unos vídeos de pagodas con imágenes de buda con cantos a todo volumen. La viejecita del asiento de la derecha se pone a rezar. ¡Durante media hora! Por lo visto, antes de emprender el camino hay que encomendarse a los espíritus. Luego nos enteramos de que la mayor causa de muerte de los turistas en Birmania no son las serpientes ni las guerrillas, sino los accidentes de tráfico. Entre medias viene el copiloto directamente a nosotros para que apuntemos nuestros números de pasaporte (sólo a nosotros 2 de todo el autobús). En todos los autobuses interurbanos y hostales hay que registrarse.
A las 7 ya sí que salimos. Al cabo de un rato quitan los cánticos y las pagodas y ponen una peli pirateada con una calidad malísima de Arnold Schwarzenegger (Eraser). Todos los birmanos encantados. Hasta que al cabo de un rato en la peli sale una escena de una mujer sola en una cama entre las sábanas moviéndose mucho. Para mí que sólo se estaba desperezando por la mañana, pero fue suficiente para el copiloto censor del autobús, que apaga la peli inmediatamente. A los 10 segundos vuelve a poner las pagodas y los cánticos. Estos ya nos acompañarán durante las 9 horas del viaje. Lucía es previsora y llevaba tapones para las orejas.
Paramos a cenar en un sitio intermedio del trayecto por la noche. Algo de lo que se ve en la foto encima de la mesa es el culpable de que Lucía estuviese mala el día siguiente:
Y luego a intentar dormir en el autobús camino a los templos de Bagán.
De verdad que lo vuestro es de nota!. El valor que tenéis de montaros en el autobús y tantas horas de viaje. Tipismo, l que se dice tipismo, sí que lo estáis viviendo!
ReplyDeletePues mientras que no nos salgan alas es la manera más práctica de viajar por aquí!
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