Como les habíamos dicho que queríamos ir a ver el amanecer a alguna de las pagodas, el conductor se ofrecía todo el rato para llevarnos. Al principio por unos 15 €, luego ya iba bajando. De todas formas le dijimos que no y entramos en el hotel.
Éste es el único hotel de verdad en el que hemos estado en Birmania. Y nos vino fenomenal. Lo primero es que nos dieron ya nuestra habitación a las 4 de la mañana, en vez de esperar a las 12. Nos dieron zumos y tonterías al llegar también. Así que nos duchamos y fuimos a la recepción. Nos dieron un mapa y nos alquilamos 2 bicicletas para todo el día (3 € entre los dos, bastante menos que el carro).
Así que nos fuimos con nuestras bicis todavía por la noche hacia la pagoda que nos había marcado el de la recepción en el mapa. Las pagodas de Bagán están repartídas por una extensión de unos 4 x 4 km de superficie, y sólo hay 3 carreteras asfaltadas y por supuesto no hay carteles, así que a pesar de tener un mapa, la cosa tenía su miga, sobre todo de noche. Un lugareño en moto que nos vió parados nos dijo que le siguiésemos y fue delante de nosotros hasta que llegamos a la pista de tierra correcta.
Al final llegamos, y hala, a subir arriba.
Al principio se veían sólo las pagodas que estaban iluminadas.
Coincidimos en la torre esperando al amanecer con un griego, un personaje curiosísimo, que después de haber pasado un mes en Tailandia haciendo una "desintoxicación", sea lo que quiera que sea eso, estaba dando unas vueltas por el sureste asiático. Se ofrece a hacernos una foto. Nos ponemos Lucía y yo juntos. "Vale, ahora daros un beso". Nos damos un besito casto para la foto. "¿Pero qué mierda de beso es eso? ¡Venga, venga... uno de verdad!".
El tío hablaba siempre muy serio, pero nos hacía muchísima gracia. Estaba empeñado en darnos su dirección para cuando le visitásemos en la isla de Mikonos. Al final, como era de nuestro hotel, le dijimos que le veríamos por la tarde y como Lucía se pasó la tarde entre la cama y el baño, no le volvimos a ver.
Algunas fotos más de la llanura con las pagodas.
Luego, aprovechando que por la mañana todavía no hace calor (de 12:30 a 3:30 es un horno) nos fuimos a ver más pagodas de éstas. En la guía pone que hay más de 4000. Yo no lo sé, pero muchas desde luego sí.
Alrededor de los templos más famosos había puestos de vendedores ambulantes. Había unas cosas que eran iguales, iguales que las tortillas de camarones, algunas tenían pescaditos y otras gambas.
Eran vacaciones porque iba a ser año nuevo con la fiesta del agua dentro de poco, así que había muchas furgonetas cargadas de birmanos que aprovechaban para peregrinar a Bagán. Simplemente gente de los pueblos de todas partes del país. Una pena que no coincidiésemos con la fiesta del agua.
Después coincidimos con una especie de procesión muy exótica y variada. Había niños muy pequeños vestidos como rajás en caballos, jovencitas con sus mejores galas con ofrendas...
A mí lo que más me gustó era el carrito de la megafonía. Se habían montado un tinglado improvisado con generadores diésel para tener electricidad, un ventilador casero para enfriar algunas partes, empujando un montón de hombres... Cuando tenían que girar tardaban un montón de tiempo, y en los 10 minutos que estuvimos allí se les estropeó el sistema 2 veces.
Y aquí se acabó la excursión por este día, porque a Lucía le empezaron a entrar retortijones en la barriga, y sabiamente decidimos volver al hotel. La idea era descansar y dormir un rato porque ya empezaba a hacer calor y llevábamos de templos desde las 5 de la mañana.
Y menos mal que volvimos, porque Lucía tuvo un ataque explosivo. Ella le echa la culpa a la comida contaminada con bacterias del bar de carretera de la noche.
Que si la cena salía por la parte de abajo del cuerpo de Lucía... que si salía por arriba. En fin, aquello era un no parar. Pero como para algo sirve tener un suegro médico, le pregunté por Whatsapp que qué se hacía para parar esto. Le describí los síntomas, y aunque no entendí del todo los términos médicos me quedé con lo básico: Lucía se había comido un bicho. Para curarla, hay que seguir 3 pasos:
- Taponar para que el bicho no salga por arriba: primperán
- Taponar para que el bicho no salga por abajo: fortasec / loperamida
- Cuando el bicho ya no pueda escapar, ¡Zas! Le atizas: ciprofloxacina
Y tuvo que funcionar, porque 3 horas después Lucía ya estaba mejor y se durmió un rato. Ella insistió en poner la mosquitera, que para algo se la había traído desde Alemania. Abajo Lucía durmiendo con nuestro primer intento de poner la mosquitera.
Y así pasamos la tarde en el hotel. Yo al menos aproveché para escribir los post de Bangkok antes de que se me olvidase.
Por la noche ya mejoramos el invento con algo más de estilo:
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