Tuesday, March 25, 2014

Día en Kalaw

El 12 de marzo lo pasamos también en Kalaw. Realmente pensábamos haber empezado ese mismo día por la mañana un "trekking" de 3 días hacia el lago Inle, pero nos gustó tanto el hostal donde nos quedamos, que decidimos pasar un día entero en el pueblo. El hostal tenía mucho encanto, y se notaba que era de un occidental (belga en este caso). El belga éste había trabajado antes en una ONG en Myanmar, se lió un una compi del trabajo que era birmana, y claro, como dos tetas tiran más que dos carretas, al final se quedó en el país. Después de terminar lo de la ONG, decidió montar una hostal. Ahí se topó con las leyes birmanas, que impiden a los extranjeros tener propiedades en el país. Él se afligió, pensando que ahí terminaba su proyecto, pero la birmana le propuso para solucionar el entuerto simplemente que pusiera todo a su nombre, así hizo y ya está, problema solucionado. ¡Ah, las mujeres! ¡Qué haríamos sin ellas para resolver los problemas de la vida! Por lo visto, las birmanas son igual de prácticas que las españolas.

Una de las cosas buenas de encontrar a un occidental que viva allí, es que le puedes preguntar lo que quieras de las costumbres locales. Lo que más me sorprendió de la conversación fue su respuesta cuando le pregunté que qué piensan ellos de los occidentales. Me esperaba algo del tipo que tenemos una sociedad corrupta, que somos ricos, que hemos tenido suerte en la historia... Pero respondió: "Ellos simplemente piensan que somos mejores". 

A pesar de que el baño estaba impecable para los estándares locales, compartía ciertas características de los baños del Sudeste asiático. Le pondré como ejemplo para ilustrarlo porque éste estaba particularmente limpio. A ver si notáis las diferencias. Para dar pistas, falta una cosa y hay otra extra.


Falta un elemento fundamental, la escobilla. Y a cambio ha aparecido una ducha con cabezal en forma de pistola (gatillo incluído) y de manguera corta. En el baño no había manual de instrucciones, pero aplicando la lógica ingenieril, así solucioné yo la falta de escobilla. Después de "lo gordo", se pone uno en posición, pierna izquierda ligeramente adelantada, se sujeta el mango-pistola con las dos manos, se guiña el ojo, se apunta, se aguanta la respiración y... se aprieta el gatillo. ¡Tsch, Tsch! Dos chorros de alta presión acaban con el primer objetivo. Luego, a por el siguiente. Realmente con uno valdría, el segundo es más que nada para asegurar. Con las primeras me las prometía yo muy felices, pero ¿y qué pasa con los rastros que están por debajo de la línea de agua? Por debajo de un centímetro de agua el escudo protector inhibe el efecto de mis rayos de agua. ¿Me iba a tener que dar por rendido? ¡No! Resulta que si tiras de la cadena, hay 2 segundos en los que el nivel del agua baja casi hasta el fondo. Y así hice. Tuve que probar un par de veces porque la técnica exige una sincronización absoluta entre pulsar el botón con la mano izquierda, retraerla a la velocidad del rayo para apuntar sujetando el mango con las dos manos y apretar el gatillo. Tengo que reconocer, que tras los éxitos cosechados y volver a colgar la ducha-pistola del gancho-pistolera, salí la mar de ufano y sonriente.

Sé que mamá, que es muy limpia, a lo mejor piensa, ¿y ya que está la manguerita, no sé puede usar como bidé como en los retretes de Japón? Pues yo diría que no, porque con la potencia de la manguera-pistola, el peligro de un desgarro de esfínter parece muy real.

Como a estas alturas del viaje mi pantalón tenía algunos descosidos fuimos al mercado para ver si nos lo cosían las costureras de los puestos.


Mientras íbamos al mercado, nos sumergíamos en ese aroma característico de Birmania, especialmente presente en la mañana temprano y en los apacibles anocheceres sin viento, el diésel. 


Como la red eléctrica es poco fiable, muchos hogares y todos los hostales tienen generadores. Fue el primer olor que notamos en Yangón al salir del coche que nos traía del aeropuerto. 

Las motos locales, como siempre.


Lucía quería conocer la sociedad birmana desde dentro, así que iba con un "longui" (falda local) para pasar desapercibida y camuflarse en el mercado como uno más de ellos. 


Más puestos.


También vendían cocinas.


 

Un puesto de hojas de betel.


A Lucía le gustan las baratijas, así que estuvo un rato regateando con el de la tienda. Se llevó los pendientes que más brillaban, como las urracas.


Una cosa curiosa es ver en los puestos champú, gel, cremas... en monodosis, como en la foto de abajo. 


Al principio pensé que era que revendían los de los hoteles, pero cuando le pregunté al guía birmano el día siguiente, nos dijo que era que mucha gente no tiene dinero para el bote entero, así que cuando querían ponerse guapas, se compraban un sobrecito de esos.

Un restaurante de los puestos del mercado.


Puestos como el de abajo hay un montón. Realmente el negocio es la mar de fácil. Coges un cable de teléfono de 10 metros y te sacas el teléfono fijo a la calle. Pones una mesa y 2 sillas, y a esperar a que venga gente que quiera hacer una llamada de teléfono. Les cobras y ya está. Y además, como te sientas delante de ellos, puedes enterarte de todos los cotilleos del barrio. Lo único difícil del negocio es conseguir la línea de teléfono fijo. Para ello ayuda el tener buenas relaciones con el Gobierno o el conocer a alguien que conozca al encargado de la Telefónica local y hacer una donación. 


A mí me sorprende que funcione el negocio todavía, porque se ve a mucha gente con móviles. Por cierto, los teléfonos móviles extranjeros en Birmania no sirven de mucho, porque no tiene acuerdos de roaming con ningún país y no se pueden conectar a las redes móviles locales. Hablando de teléfonos, el belga del hotel nos dijo que una de las cosas que más había cambiado en los últimos 3 años eran los teléfonos móviles. Antes, conseguir una tarjeta SIM que funcionase costaba unos 1000 dólares americanos, por lo que sólo la gente con contactos podían conseguirlos. Ahora es mucho más fácil.

Por la tarde fuimos a hacer una ruta de senderismo corta. Se supone que no tenía pérdida, pero muchas veces era complicado decidir qué era camino y qué no. Para encontrar el camino a la vuelta Lucía iba dejando marcas.


Al final cogimos un camino incorrecto, así que nos volvimos al cabo de un buen rato.

El juego más popular de los niños en Birmania es el bambú-bol. Se juega con una pelota de bambú, en un campo igual que los de volleybol, pero con la red un poco más baja. Y realmente es igual que el volleybol, pero la pelota sólo se puede tocar con el pié. Bueno, parece que no hay límite discernible en el número de toques que pueden dar los de un lado, pero por lo demás, igual. Hay campos de éstos hasta en los pueblos más pequeños.


Por cierto, el vino de Birmania... maliiiiiiiiiiiiiiisimo.

El día siguiente tocaba empezar el "trekking" de 2 días al lago Inle.



2 comments:

  1. "A Lucía le gustan las baratijas, así que estuvo un rato regateando con el de la tienda. Se llevó los pendientes que más brillaban, como las urracas" - Muy grande XD

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  2. mmmmhh.... no me agradáis ninguno de los dos...! ¬¬

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