De camino al autobús desde el hotel a las 7:15 de la mañana Lucía se dio cuenta de que en nuestro billete ponía que era para el día 10 de marzo en vez de para el día 11, así que como tengo una niña la mar de apañada, cogió un boli azul y cambió ella misma la fecha.
Al final ni nos pidieron el billete.
En los autobuses (y eso que nosotros siempre cogíamos los de lujo, con aire acondicionado) se viajaba bastante apiñados. Las reservas no estaban informatizadas, sino que había que llamar por teléfono. Como a veces no hablaban nada de inglés, nostros solíamos dejar que llamaran los del hotel. A veces había overbooking o simplemente gente que hacía señas al lado de la carretera. En esos casos, el conductor, que siempre era un buen samaritano, y tampoco iba a dejar pasar la oportunidad de ganarse unos kyat extra, paraba y les dejaba montarse. Cuando se llenan los asientos, empiezan a sacar los microtaburetes de la guardería que tienen siempre a mano los birmanos y los ponen en el pasillo. Ésta es una vista del autobús en una de las paradas en las que bajamos a descansar.
Por cierto, la principal autopista del país, en la que además había peajes/controles cada 2 por 3, tenía sólo un carril por cada sentido, y en la mayor parte de los tramos sin línea separatoria. De arcenes, por supuesto, ya ni hablar.
Abajo pongo uno de los sitios donde paramos. La primera cosa que se observa es que los autobuses tienen las tapas del motor de la parte de atrás abiertas. Eso es así en el 80 % de los autobuses del país y el 100% de los autobuses locales de Yangón. Le preguntamos a un taxista y nos dijo que era para que no se recalentara el motor, porque si no, al medio día no funcionaban. Algunos autobuses van con las compuertas traseras abiertas, otras abiertas pero atadas con cuerdas para que no se bamboléen en las curvas y otros directamente habían quitado las tapas e iban con el motor al aire. También nos dijo que esa es en parte la razón por la que la inmensa mayoría de los autobuses interurbanos son nocturnos. Por la noche hace menos calor, y así el motor no se para. La segunda cosa curiosa es que el conductor aprovecha las paradas del viaje para regar el motor con la manguerita y enfriarlo. No soy el único al que le sorprende, y otro turista también se queda embelesado con el sistema de refrigeración.
Las furgonetas de transporte locales.
Llegamos a Kalaw 5 horas más tarde y tenemos que ir al hostal que habíamos reservado la noche anterior. Como parecía estar algo más lejos y no salía en el mapa, miramos a ver si vemos un taxi. No había ninguno, pero un tío con turbante que decía que nos conseguía todo lo que quisiéramos en la ciudad llamó a un chico con una scooter. El chico llamó también a otro amigo suyo. Lucía a estas alturas del viaje está ya hecha una vendedora de alfombras persa y le rebajó el precio a la mitad. Así que nos llevaron en 2 motos con nuestras mochilas al hostal.
Inicialmente pensábamos dormir esa noche en Kalaw y salir con el "trekking" el día siguiente por la mañana. Pero cuando llegamos al hostal nos gusta el sitio, y además hay barra libre de lavandería, así que decidimos quedarnos un día más. Después de dejar las mochilas nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad.
Éste es literalmente el "Centro de Relaciones Públicas" de la estación de tren.
El panel informativo de los horarios me recordó a los de los aeropuertos en Tanzania. La misma tecnología.
La ciudad en sí está mucho más cuidada que Yangón. Aunque eso sí, hay que tener cuidado y mirar donde se pone el pié para no caer en ningún agujero.
Otro colegio local presumiendo de sus mejores alumnos.
La pagoda local.
La primera vez que sales del aeropuerto en Birmania, te parece que estás en zona de guerra, que han retirado los muertos, pero que todo el suelo está todavía lleno de sangre. Al cabo de 5 minutos ya te das cuenta de que la sangre no es de heridas de bala o de machete, sino que lo que pasa es que hay un montón de pobre gente, casi todos hombre, con pulmonía terminal que no paran de escupir sangre. No es hasta más tarde que te das cuenta que no es sangre, sino saliva roja impregnada del betel. De cualquier forma, el suelo de las calles está como si hubiese habido fusilamientos masivos. Hago una foto al suelo para que os hagáis una idea de la pinta que tiene un escupitajo de estos con sustancia.
Las patas de pollo son la mar de apreciadas en la mayor parte de los países de la zona. Aquí las venden con un pinchito para que las vayas mordisqueando por la calle.
Subimos luego a un monasterio desde el que se veía todo el pueblo por una escalera larga.
Dejamos los zapatos ahí para ver el monasterio, y cuando llegamos faltaban los de Lucía. Al cabo de un rato los encontramos. Había venido un perro y había estado jugando. Un poco mordisqueados y llenos de baba, pero por lo demás en buen estado.
Luego para el hostal.
El del hostal nos dijo que en esta época del año no había mosquitos, pero Lucía no se fíaba un pelo.
Por curiosidad, éste es un extracto del Diario de Viaje del día, escrito por Lucía:
"Cogemos el bus a Kalaw a las 7:30, no le tienen cogida muy bien la medida a los occidentales.
Guerra de codos. Seguimos optmiznando el espacio, en el pasillo van tres en banqueta que al final son mas de 7.
llegamos a Kalaw a medio día. Nos llevan en moto a casa, incluído mochilón.
Dormimos en un sitio muy cuco B&B por 23€
Marc es belga y se ha casado con una birmana. Hace pan y mermelada, se ha construído un horno de leña en el jardín. Conoció a su mujer mientras trabajaba en una ONG. Ahora tiene un hijo y que renovar el permiso de residencia cada 6 meses en Yangón.
Nos gusta Marc y su B&B y decidimos quedarnos un día más y hacer el trekking de 2 días en vez de el de 3.
Nos vamos de paseo a Kalaw bajando la montaña y contratamos nuestro trekking sin pensar ni comparar. A1. Hablan mejor inglés que la media y son simpáticos. Marc también los recomienda. Como somos sólo dos de momento no es barato (54000 / persona)
Subimos a un templo con muchos escalones. Muchos monjes cantando o rezando o las dos cosas, sólo vemos sus sandalias y atisbamos las calvas. Muy bonito.
Monasterio grande con túnicas rojas al sol y un perro tonto que se come mi zapato y se lo lleva de trofeo.
Tontos también nosotros, no hacía falta quitarse los zapatos sino era para entrar a dónde estaban los monjes.
Volvemos a casa y pedimos comida a domicilio. Alemanes y holandeses son nuestros vecinos.
Salen los panes del horno.
Dormimos con mosquitera."
Te has cansado de escribir y has sacado el telégrafo?
ReplyDeleteNo te gusta mi estilo minimalista??? es como escribo el diario de viaje, si no es mucho tiempo!
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