¿A qué huele Bangkok?
A muchas cosas. ¡A demasiadas! Hay ratos, más de los que me gustaría, en los que huele regulín nada más, como cuando confunden cualquier esquina con un vertedero oficial o cuando pasas por una de esas zonas que son, extraoficialmente, meaderos patrimonio de la humanidad.
Pero hay otros ratos, muchos, en los que huele la mar de bien. Esto suele coincidir con cuando pasas por delante de un puesto de comida, que es a menudo porque comen a todas horas (¡paraíso!).
En torno a las 12 para la hora de comer, y a las 19 para cenar empiezan a surgir puestos de comida por todas partes. Realmente, los ves a todas horas, porque cuando no están vendiendo están preparándose para el siguiente turno. Son carritos, con todo lo necesario para montarse un restaurante en un plís a base de bombona de gas o de coger la toma de corriente de la siguiente farola. A partir de ese momento, las aceras (bien ya de por sí precario en algunas zonas de Bangkok) quedan invadidas, los peatones pasan a compartir calzada con tuk-tuks, motillos, taxis rosas, autobuses de la posguerra y a veces con las mesas y taburetes que traen los señores de los puestos.
Para mí es una tortura - yo me compraría algo en cada puesto para ir probando. Para Miguel, hace demasiado calor, así que no tiene ganas de comer. Qué tendrá que ver una cosa con la otra. Al final acabo comiendo menos de lo que me gustaría, lo que supongo que tampoco está mal porque como mucho de todas formas.
A veces no sabes lo que ves... la eterna duda en torno al pollo surge sin poder evitarlo. Pero tranquiliza ver muchos gatos andando por los callejones.
La hora del desayuno, justo a la salida de nuestro hotel
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