El ferry iba a la isla de Langkawi, todavía en territorio de Malasia. Langkawi es bastante parecido a Mallorca, todo orientado al turismo y muy occidentalizado. Realmente sólo vimos la terminal del ferry, que es como el Duty Free de un aeropuerto de provincias. Puede ser que tenga rincones inexplorados y salvajes preciosos, pero no tenía mucha pinta. Allí teníamos que buscar un barco que nos llevase a Ko Lipe, la isla de Tailandia en la que nos queríamos quedar un par de días. Preguntamos en el mostrador de información del muelle, y el que estaba allí, se ofreció a ayudarnos y nos dijo que le siguiésemos, porque el puesto de venta de los billetes para nuestro barco internacional estaba algo lejos. Me sorprendió su disponibilidad, porque el tío dejó el mostrador de información desocupado y se fue andando con nosotros. Y eso que era cojo. Nos llevó a un mostrador, en el que no había nadie. Tras gruñir porque el mostrador de la única compañía que hacía ese recorrido estaba desocupado, se metió por una puerta trasera y me indicó que fuese con él. Por allí me llevó a las oficinas, donde tampoco había nadie. Me sentó en una silla mientras él me preparaba los tickets él mismo (también me cobró él mismo). Como era un barco internacional, que cruzaba de Malasia a Tailandia, había que rellenar unos cuantos formularios de inmigración. En esto vienen 2 chicos jóvenes, el cojo me dice que son sus sobrinos y tras charlar un rato me preguntan que de dónde soy. Les respondo que de Madrid, España. Y justo por casualidad, como cada vez que lo digo en Asia, resulta que también el Real Madrid es su equipo preferido. Su equipo preferido no sé yo, pero al menos les tenía que gustar el fútbol, porque me estuvieron recitando la alineación entre los dos. El cojo me preguntó que cuando volvía a Langkawi, para que sus sobrinos me llevasen a conocer la isla de verdad, incluídas las partes libres de turistas. Le dije que dentro de 2 semanas, para ver cómo seguía la conversación. En fin, muy curioso. Al final me dió un papelito, pero me dijo que tenía que volver a eso de las 12:30 (el ferry salía a las 13 h) para darme los billetes de verdad, que tenía que darme el encargado del mostrador, que ahora no estaba.
Tras dar una vuelta por la terminal de barcos, a las 12:30 volvimos al mostrador. Pero allí no había nadie. Esperamos allí un rato, pero allí seguía sin venir nadie. Un tío con barbas que estaba por allí aparentemente sin hacer absolutamente nada me vió esperando y me dijo que llamase a un número de teléfono que estaba pegado al mostrador. Así que llamé al teléfono y al otro lado estaba la voz del cojo. Hablamos 2 minutos, durante los cuáles ninguno de los dos se enteró de lo que decía el otro. A estas alturas, el ferry salia en 10 minutos y nosotros seguíamos sin tickets. A los 3 minutos apareció el cojo, nos puso unas pegatinas de colores en la camiseta y nos llevó hasta la puerta de inmigración.
Todavía sigo sin saber si el cojo:
- Simultaneaba los 2 trabajos, el de la oficina de información del puerto y el de vendedor de tickets de la ruta a Tailandia
- Trabajaba realmente en la oficina de información, pero hoy le estaba haciendo un favor al amigo de la oficina de tickets y le cubría el puesto temporalmente
- Trabajaba realmente en la oficina de tickets. Había cogido una mesa, una silla y un cartelito poniendo "Information" y se había puesto él sólo dentro del edificio de los ferries para dirigir a los turistas despistados a su agencia particular.
En cualquier caso, nos salió bien. Y los del ferry nunca nos pidieron los billetes que no teníamos, les valió con las pegatinas de colores que teníamos en la camiseta.
Cuando fuimos a embarcar, en el muelle había un tío en vaqueros pidiendo los pasaportes. Le damos los nuestros, pensando que los iba a mirar para ver que no caducasen en los próximos 6 meses y tal, pero qué va... ¡Los coge y sin mirarlos los mete a una bolsa negra que traía! Me quedé la mar de sorprendido, pero uno tras otro iba recolectando los pasaportes de todo el mundo que embarcaba, así que supuse que era normal y nos metimos en el barco. ¿Vosotros le daríais vuestro pasaporte a este tipo? Aquí Miguel me miró como si nos acabasen de apuntar con una pistola, el pobre lleva mal la burocracia laxa de estos países... sobre todo en lo que tiene que ver con sus pasaporte.
Al cabo de hora y pico llegamos a una bahía de nuestra pequeña isla de destino, Ko Lipe. Ko significa "isla" en tailandés. Realmente habíamos pensado ir a una más grande que se llama Ko Lanta, más desarrollada y más grande, por aquello de tener más variedad para quedarnos un par de ideas. Pero encontramos una italiana esotérica (española en espíritu, según ella, realmente lo hablaba perfectamente), que vivía en Ko Lanta y que decía que la isla era aburrida y además tenía muy mal Karma. Como además ella buceaba y nos contó que aquí seguro que encontrábamos buenas escuelas, y buen karma (ella esperaba encontrar también a algún macizo para sus vacaciones), al final acabó convenciéndonos. Yo pensaba que el ferry iría a un muelle y ya está, pero por lo visto no hay muelles, así que el barco nos dejó en una plataforma flotante en medio de la bahía, el equivalente de la zona internacional de un aeropuerto. Allí esperamos y al cabo de un momento empezaron a venir barquitas pequeñas que venían a recogernos a la plataforma. "Pero, ¿y nuestras maletas?" "Nada, nada, todo el mundo a montarse en las barquitas". Así que nos fuimos subiendo a las barquitas sólo con el equipaje de mano y sin nuestros pasaportes. Los chinos de la foto de abajo estaban tan sorprendidos como nosotros.
La foto de abajo está hecha también desde la barca. Se al fondo nuestro ferry blanco atracado en la "terminal internacional de llegadas" y un par de barquitas con remeros de color naranja que van a recoger a los pasajeros para llevarlos a la parte de "inmigración y recogida de equipaje".
¿Y qué pasa cuando la barca llega a 10 metros de la orilla? Pues el barquero nos dice por gestos: "¡Hala, todo el mundo para fuera!" Así que a quitarse los zapatos y los calcetines (los que van en chanclas lo tenían más fácil) y al agua. Easy.
En ese momento empezaban a llegar las primeras barquitas de mercancías.
Hay que reconocer que las barquitas quedaban muy monas con la arena blanquísima. Esto de aquí es lo que se llama un long-tail boat o barco de cola larga (o de popa larga, pero a mí me gusta más lo de la cola). Son típicos de Tailandia. Les ponen el lacito delante, al principio pensé que para que quedasen monos, pero lo usan para tirar de ellos en aguas poco profundas en las que no pueden usar el motor.
Las barquitas llegaban poco a poco y los pasajeros nos íbamos amontonando en esa franja de la playa sin pajolera idea de lo que estaba pasando. Lo único que todo el mundo teníamos muy claro era que allí faltaban todavía nuestros equipajes y el tío de vaqueros con la bolsa negra y los pasaportes. Al cabo de un momento aparece el de los vaqueros con la bolsa negra y todo el mundo le hacemos pasillo pensando en que los iría repartiendo. Pues no. Le da la bolsa a un negro enorme que apareció en ese momento por allí y se quedó a cambio con otra más pequeña. Por cierto, que es el único negro que hemos visto en toda Asia hasta el momento. El negro empieza a andar por la playa. La maniobra parecía como de la mafia rusa.
Pues nada, todos los que habíamos seguido en barco a seguir al negro y a la bolsa negra por la playa.
El negro se mete en una casetilla de bambú en medio de la playa y empieza a desperdigar los pasaportes por el mostrador. La gente se arremolina alrededor estirando el cuello intentando distinguir su pasaporte.
El negro va pronunciando en voz alta a su manera los nombres de cada pasaporte llamando a la gente. Como allí había desde chinos a hindúes, pasando por noruegos, lo de los nombres era la risa. Entre que el negro le echaba muchas ganas, y que la escena era surrealista, la gente se lo tomaba a broma todo.
Pues no te creas que íbamos a recobrar los pasaportes tan fácilmente. Cuando decía tu nombre, le tenías tú que dar a él un formulario de inmigración rellenado (los papelitos blancos de la foto anterior). ¿Pero por qué todo el mundo tenía la papeleta de inmigración menos nosotros? Resulta que como nosotros habíamos llegado tarde, el cojo nos había mandado por otro sitio y Lucía y yo éramos los únicos de todo el barco sin la tarjetita de inmigración. Así que el negro nos manda a otra caseta a que nos den los malditos formularios. Al final volvemos con la papeleta y el negro la recoge. Muy bien. Ahora ya tiene todos los pasaportes y además dentro de cada uno la correspondiente tarjeta de inmigración. ¿Qué pasa ahora? Pues el negro vuelve a meter todo junto dentro de la misma bolsa negra de antes y le da la bolsa a un tailandés delgado que se acercó a la caseta. Y sin decir una palabra, se va el tío con la bolsa otra vez.
¿Y qué hacemos todos? Pues no tenemos muchas alternativas, así que todo el mundo con equipaje de mano seguimos por la playa al tailandés con la bolsa.
El tío parecía con intenciones de andar hasta la otra punta de la playa, así que por el camino Lucía iba haciendo fotos.
En esto que vemos como llega una barca cargada de maletas que van dejando en la playa.
Lucía y otros viajeros vamos para ya esperanzados, pero nada. No son las nuestras. Por cierto, las maletas no sé de quién serían, pero se quedaron ahí abandonadas.
Al final llegamos a la oficina de inmigración, también directamente en la playa.
Allí a esperar un rato. Y luego una escena similar a la anterior, van gritando el nombre de los pasaportes, y cuando oigas el tuyo tienes que ir allí a cogerlo ya sellado. Lo que nos dimos cuenta era que antes nos reíamos del negro, pero su pronunciación era infinitamente mejor que la de los tailendeses de inmigración. Lucía creyó reconocer su nombre bastante pronto, pero la viajera de al lado le dijo que seguro que no, porque de momento estaban empezando sacando los pasaportes chinos. Aquello parecía una tómbola. Había un chino que no dejaba de llevarse pasaportes (supongo que serían de su familia o de un grupo organizado) y los demás le mirábamos con envidia.
Al final recuperamos los pasaportes ya sellados. El truco es mirar el color del pasaporte, porque las tapas suelen ser distintas para cada país. Curiosamente, si llegas en barco el visado sólo es válido para 14 días en vez de para un mes, así que lo mismo nos tocaba abandonar el país antes de tiempo.
Entretanto, nos habíamos olvidado de los equipajes, pero los encontramos entre un montón de maletas en la playa, sin nadie alrededor. Vamos, que podía habérselas llevado el tío que vende coca-colas por la playa. Y si ya hubiese subido la marea, aquello podía haber sido la risa, porque a lo tonto duró casi una hora todo el proceso.
Menos mal que ya sí que teníamos todo. Así que cogimos un caminito que iba hacia el interior de la isla, siguiendo la ruta de evacuación que tienen prevista para el próximo tsunami.
Dejamos las maletas en donde habíamos reservado y nos fuimos a descansar merecidamente del viaje a la playa de la puesta de sol, justo en el lado opuesto de la isla, atravesando la única calle de la isla (que se llama merecidamente Walking Street, o Calle de andar). Tardamos poco más de 15 minutos, así que ya os podéis hacer una idea de lo grande que era.
Y así hasta que anocheció, cuando nos fuimos a comer un curry verde y un pollo con albahaca (dos de mis prefes de Tailandia) y a dormir a nuestra cabaña de bambú.
Por cierto, en esa misma playa había un hotel que se llamaba Porn resort. Le comenté a Lucía que a lo mejor podíamos ver si tenían algo libre para el día siguiente, pero mi propuesta no prosperó. Al día siguiente lo miré en internet y resulta que "porn" significa en tailandés "aroma" o "fragancia".
A partir de aquí tenemos pocas fotos (en mi cámara hay un hueco de 7 días), porque nos dedicamos a la vida contemplativa en la playa y al buceo, ambos incompatibles con la réflex. De eso que os libráis.
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