Reservamos una excursión de snórkel de medio día. Nos metieron a nosotros dos como únicos extranjero en una barca con otros 15 malayos y nos dieron gafas y tubo a cada uno. Con la barca nos llevaron a unos cuantos sitios y nos ponían a bucear por allí. Les dieron a todos chaleco salvavidas menos a nosotros dos. Todavía no sé si es debido a:
- Nos vieron esbeltos y de constitución deportista, y siendo extranjeros dieron por supuesto que sabíamos nadar (lo que no es normal en los malayos)
- Eramos infieles, con lo cual tampoco se perdía mucho si nos hundíamos.
A uno de los sititios a los que fuimos ya habíamos ido nosotros antes con el kayak, pero en general, estuvo bien y sí que nos llevaron a sitios donde el coral estaba mejor conservado. Uno de los arrecifes se llamaba "El punto de los tiburones", porque al parecer había muchos, pero cuando yo intentaba ir para allá, Lucía me daba un grito que adónde me creía yo que iba, que eso estaba muy lejos, y que era mejor no alejarse mucho. Así que nada, me tuve que conformar con dar vueltos a las anémonas mientras de vez en cuando levantaba la cabeza y miraba de reojo para ver si se veían dorsales de tiburón por allí. Después del milpiés, como para dejarle jugar con tiburones...
El tour en barco fue una inmersión cultural profunda, abismal diría más bien. Los 15 malayos que nos acompañaban parecían ser todos de una misma familia, con niños pequeños, medianos y adultos, armando mucho jaleo y muy excitados. Por supuesto llevaban la tartera, y no se cortaron un pelo para empezar a comer y a echar los restos al suelo, o al mar, lo que cogiese más cerca... Al final del día todo el suelo del bote estaba lleno de cáscaras de pipas, que también son populares en Malasia (aunque están especiadas). Ante esta actidud iba ya un poco descorazonada a ver los corales, pero eso no fue todo. Cuando llegamos a la primera zona nos pusimos todos máscaras y tubo y nos fuimos al agua, patos. Era bonito, pero... cómo chillaban...¿tiburones? ¡no! Los hombres del grupo, para demostrarse uno a otro lo machotes que eran, se dedicaron a ponerse de pie encima del coral (que es punzante, y que por supuesto no se debe tocar lo más mínimo porque es muy frágil). El guía del barco, lejos de echarles la bronca, se reía... yo me tuve que contener para no sacar el lado Rötenmeyer. En estos casos Miguel me tiene que recordar que aquí no se puede, que son ellos más... pero a veces entran ganas de sacar el bazooka.
Por la tarde cogimos el barco de vuelta al continente y nos despedimos de la isla.
En el puerto había algunos de los barcos de pescadores de colores, pero ninguno tan bonito como los que habíamos visto a la ida.
Y luego ya, autobús nocturno a Georgetown, en la isla de Penang. Un autobús maravilloso con enchufes y Wifi, casi todo lo que necesito para ser feliz.
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