Después nos despedimos del de la Casa Amarilla y le dejamos nuestras mochilas grandes para que nos las guardase. Le dijimos que íbamos a la selva y que volveríamos en uno o dos días, dependiendo de cómo fuera la cosa, y que si tardábamos más de una semana ya podía él subastar lo que hubiese dentro. Así que metí las mochilas grandes en la habitación donde estaba un abuelillo durmiendo y nos fuimos al río.
Fuimos al centro del parque a preguntar por los guías. Cuál sería mi sorpresa cuando me cuenta el guía que sí, que podemos contratarlos, pero que mira, que mejor no. Que ellos son más caros y que nos vayamos con los chavales de NKS que lo hacen muy bien. Eso es pasión por su trabajo. Además, me dijeron que no podíamos ir a la zona de selva a la que pensábamos ir sin guía. Yo, pensando en leopardos y serpientes, pregunto "ah, es peligroso, ¿no?", y el señor me contesta que no, que los leopardos están más lejos, pero que esa es la regulación. Volvimos a los chavales de NKS, que nos dijeron que para ese día ya no podíamos unirnos a ninguna excursión. Le volví a plantear la misma pregunta a un guía simpático cuando no miraba su jefe, y me dijo que hombre, que no es que hubiese ninguna regulación al respecto, pero es que con los tures a esa zona es como ganaban ellos la mayor parte del dinero...así que decidimos ir solitos que además hace más ilu. Nuestro destino: el Bumbun Kumbang, un refugio pensado para ver animales sin que ellos te vean a ti. Hay varios por el parque, este era uno de los más alejados.
Así que cruzamos el río para entrar en el Parque. Éste es el río desde el lado del parque.
Los rangers nos dieron un vale que nos autorizaba a dormir dentro del Parque en una especie de refugio. Por un euro cada uno o algo así. Compré bastante agua, a pesar de las protestas de Lucía, que siempre dice que vale con una botella para cada uno, incluyendo andando un par de días en la selva a 37 grados con una humedad del 95 %. Menos mal que no la (le!) hice caso.
Todavía en la entrada del parque, vi mi primer bicho selvático aparte de los que vimos el día anterior desde la barca.
¡Un milpiés! Era la mar de bonito ver cómo movía las patas como en oleadas. Yo lo tenía jugando andando por encima de la mano tan contento, pero un ranger del parque se acerco y me dijo que ni se me ocurriera tocarlo, que era venenoso. Yo lo solté, pero despacio, sin creerle demasiado. Él decía que en el lomo tenía unas cápsulas amarillas de veneno, y lo restregó con cuidado con un palito, pero ahí no se veía nada amarillo, así que yo me fuí pensando que era un ranger bromista.
Empezamos a andar por el parque, primero por los caminitos marcados para turistas. De lo primero que había era una excursión por la parte de arriba de los árboles (A cuarenta y tantos metros de altura, se llama la Canopy Walk. La construyeron científicos locos que querían estudiar la selva). En cuento subimos a la primera plataforma y Lucía vió los puentes colgantes que había de árbol a árbol, Lucía dijo que ella por allí no pasaba ni de coña, y que iba por los caminos de abajo. Yo la insistí, pero ella no me hizo ni caso, como siempre, así que me fui solo. Sin embargo, había otro guía después que le dijo que no pasaba nada, y con una paciencia de elefante la fue animando pasito a pasito, como si estuviese subiendo el Tourmalet. Era un ranger gordito, que me decía en plan poeta que mirase los árboles, que disfrutase de la selva, que sintiese el mundo salvaje... es que me hacía gracia.. y Miguel siempre se desespera. Así que Lucía, con los gritos de ánimo del malayo, se vino arriba, y al final cruzó el primer puente. Después del primero, los demás ya iban solos. Aún así, eso de los puentes le seguía gustando sólo regular. ¡Se movían mucho y había tablas rotas! Pero aguantaban al ranger gordito.
Lo cierto es que los puentes sí que se movían bastante.
Después proseguimos, yendo a partes del parque más alejadas, pero todavía con turistas. Lo cierto es que a algunas colinas no necesitábamos haber subido, pero lo único que teníamos era un mapa fotocopiado con los garabatos y los tiempos escritos a mano encima por el de la Casa Amarilla, y ahí tampoco se distinguía mucho.
Había plantas muy curiosas, como esta especie de bambú con una fila de pinchos en espiral.
Al cabo de hora y media o dos de andar vimos el letrero de abajo. Que en román paladino viene a ser "Yo si fuera tú, a partir de aquí iría sólo con guía". En este punto, según los tiempos del de la Casa Amarilla, todavía nos faltaban unas 3.5 - 4 horas para llegar al refugio. A partir de aquí, no vimos más de 2 grupos de personas hasta que salimos del Parque Nacional el día siguiente.
Lo cierto es que a partir de ahí el sendero se volvía mucho más estrecho, y a ratos difícil de distinguir.
Las plantas eran lo más curioso. De estos había muchísimos, después de los 10 primeros ya dejamos de hacer fotos.
Plantas de hojas enormes.
Lucía había leído en la Lónli que había muchísimas sanguijuelas, y que había que llevar los pantalones por dentro de los calcetines, y ella es siempre la mar de obediente para todo lo que tenga que ver con los bichos.
A pesar de que nosotros solemos ser muy rápidos, allí no íbamos tan deprisa, porque cada media hora perdíamos el camino o no sabíamos cuál de dos desviaciones tomar, así que teníamos que emplear 10 minutos en dar una vuelta alrededor, o ver cuál de los 2 senderos parecía ser el correcto.
Yo pensaba que íbamos a disfrutar del silencio en la selva, pero de silencio nada, había una algarabía tal que a veces tenía que gritar para que Lucía me entendiese. Pongo el vídeo sólo para que se note el ruido.
Lucía iba algo preocupada, porque no tenía demasiada gana de que se nos hiciese de noche en medio de la selva, y no teníamos mucho margen porque habíamos cogido sin querer el camino más largo.
Yo realmente iba preocupado por otra cosa, y es que yo miraba para todos los lados, pero allí no veía ningún bicho grande. ¡Y se supone que estábamos en la selva! ¡Qué decepción! De vez en cuando se oía un ruido grande continuado de algo que parecía ser bastante grande. Yo me quedaba quieto para que no me oyera, a ver si pasaba por delante, ¡pero Lucía se ponía a hacer ruido aposta para que los bichos se dieran cuenta y no vinieran! Vamos, si hubiésemos estado casados, habría sido motivo claro de divorcio. A mí me parecía un desperdicio estar ahí, sabiendo que hay leopardos, elefantes, tapires y demás y estar no ya intentando ser sigiloso, sino hacer ruido aposta. Nota de tita Lü: cada medio kilómetro aproximadamente veíamos excrementos de tamaño considerable que mi ojo avizor, entrenado en las planicies del Serengeti, identificaba como de elefante. En otras circunstancias, si me encuentro con un elefante intentaría subirme al siguiente árbol. Pero encontrarme con un paquidermo en medio de una selva espesísima en la que los árboles o son más planos que la calva de un monje o tienen pinchos no tiene solución definida en mi cabeza.
Miguel preocupadísimo por encontrar el camino correcto:
Por cierto, menos mal que el de la Casa Amarilla nos había escrito los tiempos de los que se acordaba de cuando era mozo. Porque estar andando por la selva, sabiendo que llevas 2 horas desde el último cartel, cuando según el mapa fotocopiado el siguiente punto estaba, como mucho, a 45 minutos de ese último cartel, y con el aliciente añadido de que dentro de hora y media anochece, es muy poco tranquilizador.
Al cabo de un rato, noté que tenía las manos muy rojas e hinchadas y que me costaba un poco respirar. Me senté un par de minutos porque noté que me iba a marear. A lo mejor el ranger sí que tenía razón y el bicho ese era algo venenoso. No sé qué se le pasaría por la cabeza a Lucía en ese momento, pero creo que ahí se dio cuenta de que ir por la selva en Malasia no es como ir por los Alcornocales. En cuanto descansé 2 minutos proseguimos la marcha.
Esto es lo que se le pasaba por la cabeza a Lucía:
Yo iba delante andando rápido porque empezaba a estar nerviosa. En algún momento me dí la vuelta para arengar a Miguel, y me dijo que estaba cansado y que quería parar. Me fijé un poco más... estaba pálido, pálido. Y me dice... "No sé qué me pasa que tengo las manos un poco hinchadas...y me cuesta respirar". Yo me hago la tranquila y le digo... "bah, eso será la humedad. Vamos a seguir que ya no tiene que faltar mucho". Mientras tanto empiezan a saltar todas las alarmas en mi cabeza. Me he traído un botiquín generoso, pero no los antihistamínicos, ni el spray del asma.
¿Cuál será el teléfono de emergencias en Malasia? ¿Habrá cobertura? ¿Podría encontrar el camino de vuelta y llegar corriendo al pueblo antes de que anochezca?... pero sobre todo... ¡¡¡¡¿¿¿POR QUÉ C*#@&$% TIENE EL NIÑO ÉSTE QUE TOCAR A TODO BICHO QUE SE MUEVE!!!!???
La cosa mejora cuando me dice "Me voy a sentar. Estoy mareado". Yo en ese momento estaba intentando acordarme de la RCP en mi cabeza y estuve a punto de empezar a gritar por si había alguien. Menos mal que al cabo de un rato, después de beber agua y descansar, se levantó dispuesto a seguir y con mejor color.
Alcanzamos a otro grupo, que sí había cogido un guía. Eso nos dejó bastante más tranquilos, porque significaba que íbamos por el buen camino. Podíamos haber seguido con ellos, pero ¿somos hombres o ratones? Les adelantamos y seguimos por nuestra cuenta.
Al rato llegamos a un arroyo. ¡Yuhuuuu! El arroyo salía en el mapa. Y el de la Casa Amarilla nos había dicho que era muy buen sitio para bañarse y refrescarse, y que el refugio estaba sólo a 15 minutos.
Nos quedamos allí descansando y ya nos cogieron los del grupo guiado. Ellos también había leído la Lonly y tenían todos menos el guía los pantalones por dentro de los calcetines también. Eso sí, para todo hay clases. Al menos mis calcetines no eran blancos ni llegaban a la rodilla. Mucho más digna yo, ¡dónde vamos a parar!
Y tenían tanto miedo de las sanguijuelas, que atravesaron el arroyo a toda velocidad y sin quitarse las zapatillas, con lo cual acabaron con el calzado totalmente empapado.
Nosotros, después de haber visto que el guía no tenía muchos reparos, no tuvimos muchos complejos.
En cuanto a nosotros, sacamos los bañadores. Estábamos totalmente empapados de sudor del calor, de la caminata y de la humedad, así que nos vino divinamente bañarnos y nos quedamos allí un cuarto de hora. Bendijimos por enésima vez al de la Casa Amarilla. Ya sólo le falta arreglar la ducha y sería para ponerle un piso.
En cuanto a Lucía, una vez que se había quedado tranquila, aprovechó que estábamos allí para ahorrar medio euro y lavar unas cuantas prendas de ropa. En concreto, la ropa que me había puesto ese día y que tenía que reutilizar al día siguiente. No me sentía con fuerzas de volver a ponérmela tal cual, y el espacio de la mochila no daba para una muda. Al día siguiente Miguel me envidiaba mientras se ponía la camiseta intentando contener la respiración.
En el refugio estábamos 3 grupos, los que habían venido con guía, una pareja holandesa que había venido por otro camino directamente desde el río (a una hora de distancia) y nosotros. Todos los otros estaban perfectamente pertrechados. El guía había hecho de porteador y tenían de todo. También los holandeses, con cocinillas de gas, esterillas... incluso mosquitera. A mí, Miguel no me dejó llevar la nuestra. Nosotros, como habíamos improvisado la expedición, sólo habíamos traído agua, un paquete de galletas y una especie de sábana para dormir. Lucía había entrado en una tienda por la mañana antes de salir para ver qué compraba de comer y yo la había echado la bronca porque tardaba mucho, y la había dicho que nada de tonterías, un paquete de galletas es compacto y aporta calorías para sobrevivir, que era de lo que se trataba y no de disfrutar de nuevas experiencias culinarias. Yo en estos caso me suelo poner en plan Rambo. Bueno, a lo que iba, nosotros por la noche estábamos olfateando el aire con ansia a ver si nos llegaba alguna "miajita" de lo que estaban cocinando los otros.
Cerca de nuestro refugio volvimos a encontrar otro bicho de éstos. Lo vi yo y estuve a punto de no decir nada, pero es que soy buena... Además, como se puede apreciar, aprendió la lección.
Muchos bichos no vimos, ardillas que parecía que volaban, muchos geckos, había una serpiente abajo también, pero no nada grande. Pero de todas formas era muy bonito. Por la noche se veían un montón de estrellas y otro montón más de luciérnagas.
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