Friday, April 25, 2014

Taman Negara - Segundo día de selva

El 23 de marzo fue nuestro segundo día de selva. Realmente nuestro plan original era seguir avanzando adentrándonos más hasta explorar una serie de cavernas que aparecían en el mapa oficial a unas 2 -3 horas de camino. Lo malo es que de esa parte no teníamos ninguna información del de la Casa Amarilla, y a estas alturas no nos fiábamos un pelo del mapita oficial. Además si lo hubiésemos hecho, implicaría andar ese día unas 8 - 9 horas, y ya habíamos visto que el calor podía ser infernal. Así que sobre la marcha decidimos restringir la expedición a la zona de la cual teníamos las indicaciones de nuestro singular anfitrión de la noche anterior. (Me había estado contando también como la desaparición del avión MH037 había sido un chanchullo, que el gobierno malayo sabía qué había pasado y tal. Yo claro, a seguirlo la corriente, porque le íbamos a dejar al tío nuestras mochilas esos 2 días). Acordamos tomar una ruta alternativa que llevaba a uno de los ríos grandes del Parque. El de la Casa Amarilla nos había dicho que si íbamos a cualquier punto de ese río, a lo mejor nos tocaba esperar una hora o dos, pero que alguna barca que pasase nos podría recoger para llevarnos de vuelta a la entrada del Parque.

Así que nos despedimos de nuestro refugio, que nos había mantenido a salvo. De comodidad no puedo hablar, porque dormimos encima de unas tablas de madera y aunque teníamos la sábana esa, aquello estaba la mar de duro.


Y luego a andar otra vez.




Hasta que por fin llegamos a la orilla del río. Comparado con el día anterior, aquello había sido un paseo.



Allí nos encontramos con una de los 3 integrantes del grupo guiado del día anterior. La excursión era un poco cansada para ella, así que en vez de continuar, había salido del refugio pronto por la mañana y había llegado a la orilla antes que nosotros. Lo cual tiene bastante mérito de todas formas, porque la señora era una francesa jubilada de sesenta y bastantes años cargando con una mochila el doble de grande y de pesada que la nuestra (aunque claro, lo mismo ella había metido otra muda). 

Allí no teníamos nada que hacer ninguno de los 3 sino esperar a que pasara una barca que nos llevase, así que estuvimos charlando. La señora jubilada (llamémosla Valérie, porque tenía cara de Valérie) estaba viajando unos 4 -5 meses ella sola por el Sudeste Asiático. De vez en cuando pasaba una semana visitando a un amigo en alguna ciudad remota y proseguía su viaje. Y éste no era la excepción del viaje de su vida, sino que hacía esto todos los años desde ya hacía unos cuantos. Y no es que estuviese sola, tenía 4 hijos en Francia, y bastantes nietos, sólo uno le decía que tuviese cuidado, los demás estaban encantados de tener una mamá tan activa. En Francia se había desprendido de sus propiedades y su casa, porque decía que no lo necesitaba. Tan sólo había conservado lo que cabía en una caja de 1 metro cúbico que había dejado en casa de una hija o amiga, de eso no me acuerdo. Cuando se iba a Francia, pasaba simplemente temporadas en casas de amigos o de familiares, o se iba a algún hotel en algún sitio que le gustase, y luego se volvía a ir. Todo esto una señora muy educada y hasta elegante, que te podrías imaginar perfectamente en la Ópera de París. Mamá, espérate un poco todavía que no es buen momento para vender. En fin, esperando en medio de la selva a que pase una barca para volver a la civilización también se puede conocer a gente curiosa. De hecho, la gente que hemos conocido viajando por aquí ha resultado ser siempre, cuanto menos, curiosa, sino directamente exótica para los cánones establecidos. 

Allí esperamos 45 minutos y no venía nadie, así que como hacía calor Lucía y yo nos metimos en el agua y la señora se ofreció a hacernos una foto.


De repente vimos a un malayo de 55 - 60 años que pasaba con la barca río arriba (dirección contraria) y le empezamos a hacer señas para que se acercase. Él hombre se acercó y nosotros empezamos a preparar las mochilas para que nos llevase. Para nuestra sorpresa (en países de estos, mucha gente hace lo que sea por dinero), nos contó la mar de tranquilo que era una pena, que nos hubiese llevado, pero que ese día era su día libre y se había tomado vacaciones. Todo esto con mucha calma y también muy educado. Para nuestra sorpresa, el tío no se iba, sino que se quedaba en la barca parado a unos 5 metros de la orilla y de nosotros. De vez en cuando intercambiábamos un par de frases, y luego se quedaba contemplando simplemente la naturaleza durante un par de minutos. Al cabo de media hora ya había dado tiempo a enterarnos de algo entre pausa y pausa. El malayo nos contó que él trabajaba en un conjunto de cabañas que estaban a unos 100 metros de donde estábamos. Le pregunté que cuál era su trabajo allí, porque habíamos pasado por delante y aquello tenía pinta de llevar bastante tiempo abandonado. Él tío contestó que sí, que llevaba como 4 años abandonado. ¿Pero entonces, qué trabajo hacía él allí? Misterios del Taman Negara. 
Nos preguntó que si habíamos visto elefantes, porque habían estado en esa misma playa hacía una semana y nos contó un par de cosas de la vida por el río. Después, en algún momento decidió que ya era hora de irse, y se fue con su barca despacito con la misma calma y templanza que había mostrado en todo momento. La francesa comentó un par de veces después que hay que ver, que qué hombre tan apuesto y tal. Yo estoy seguro de que si no hubiésemos estado nosotros delante, se hubiesen quedado charlando a su manera durante todo el día y hubiese surgido un amor tardío.

Tras casi 2 horas de espera, al final vimos una barca cargada de malayos que nos recogió y nos llevó a la civilización.

Fue el día y medio que pasamos más barato de todo el viaje. Coste estimado entre los dos, unos 4 euros de la entrada al Parque, 1.5 € por dormir en el refugio, 1.5 € por 3 botellas grandes de agua y 70 céntimos por un paquete de galletas --> total: 7.70 €. Y eso que no cuento que el paquete de galletas volvió casi entero, porque yo sólo me comí media y Lucía 3 ó 4.

Cuando llegamos teníamos todavía que buscar un hotel para pasar la noche en el pueblecito de la entrada. Primero nos sentimos obligados a preguntar al de la Casa Amarilla, que a pesar de en la práctica no tener agua corriente, nos había guardado las mochilas y nos había salvado con sus indicaciones. Nos dijo que desgraciadamente no le quedaban habitaciones libres, así que pusimos cara de pena y por dentro dimos gracias a Dios porque eso significaba que podíamos ir a otro sitio más decente, y después de 3 días sin una ducha de verdad no nos vendría mal.

Realmente los dos estábamos pensando todo el rato en el "súper-hotel" que estaba en el lado del río dentro del Parque. Era el único alojamiento dentro del Parque Nacional y además era el único hotel de verdad de la zona. Lo que pasaba era que costaba unos 50 €  la noche, en vez de unos 10 - 15 € que costaban las pensiones del otro lado. Pero ninguno nos atrevíamos a decirlo por si el otro pensaba que queríamos ir de "ricos". Así que nos sentimos obligados a preguntar en dos hostales de mala muerte más, a ver si había habitaciones, y por suerte también estaban llenos, así que una vez habíamos cumplido con nuestras obligaciones lonchafinistas, nos sentimos autorizados a ir a un hotel de verdad con una ducha de verdad. 

Después dimos una vuelta. Abajo un malayo calafateando su barco.


Luego cenamos 2 veces, en dos restaurantes flotantes distintos, que había que recuperar calorías.

Los cables de electricidad para la iluminación en los restaurantes flotantes los tenían colgando a través de la playa y a veces pasaban a la altura de la pantorrilla. Casi nos tropezamos con alguno por la noche. Pues mientras estábamos cenando, un 4x4 que pasaba por la playa tampoco los vió, así que arrancó el cable, y el resto de la cena la pasamos sin luz.

En general, como no lo habíamos visto nunca, la selva estuvo divertida, pero como era la época seca no era tan exuberante como yo me la había imaginado. Y para mi desgracia, eso significaba también que no había sanguijuelas (Miguel realmente me confesó que estaba triste porque no se le había pegado ninguna sanguijuela, pobrecito). Así que nos tocará volver alguna otra vez a ver cómo es en su esplendor. Diga lo que diga el señor, a metro y medio no veías nada más que verde, así que no sé cómo será en su esplendor. Yo casi que la prefiero así, que al menos tengo más espacio para ver los bichos y no tengo que pelearme con las sanguijuelas. 

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