Sunday, October 12, 2014

Hue: el Palacio Imperial

El 19 de abril nos despertamos en Hue, antigua capital imperial. Así que decidimos pasar el día visitando la ciudadela y aledaños. Resulta que por casualidad era el festival de Hue, que se celebra cada dos años y se representaban cosas de la época de la corte.

Pongo un mapita ahora que tenemos tiempo de hacer estas cosas. Si pulsáis en el link se ve mejor, para los que no tengan ganas pongo aquí donde estamos. Empezamos al sur, en Ho Chi Minh, y ya llevamos más de la mitad de Vietnam:



Los que hayáis hecho click en el link habréis podido ver la ciudadela de Hue. Se conservan todos los muros y algunos de los edificios de la época imperial, que en este caso no es tan antigua. Los Nguyen eran la familia que mandaba por aquí en los siglos XVII al XIX. 

Por la mañana lo primero era desayunar. Nosotros desayunábamos a lo occidental, pero los hombres vietnamitas lo solían hacer en las terrazas tomándose su tiempo. Siempre en las sillas ridículas esas.


Para llegar a la ciudadela, teníamos que pasar el río por uno de los puentes. Mientras que los hombres desayunaban, las mujeres iban al mercado.


Abajo por el río.


La niña es una envidiosa para estas cosas, así que se le antojó un gorro picudo. Yo estoy seguro que que era sólo para ir más conjuntada, pero ella sostenía que era para integrarse en la sociedad vietnamita y vivir su cultura desde dentro. Faltaría más... 


Y luego ya entramos en la ciudadela imperial.


Lucía se pensaba que el gorro le bastaba para ir camuflada como una más, pero para un ojo observador, resultaba inconfundible el aire de turista andaluza. Será por mi gracia natural, tan típica de mis tierras... 


A los vietnamitas, Lucía con los "faldalones" verdes que se había comprado en Camboya y el sombrero de bambú les llamaba muchísimo la atención y no dejaban de mirarla, y un señor se atrevió a pedirle permiso para hacer una foto a su hija con ella. 


A mí también me tocó satisfacer a mis fans. Aquí no levantó tanta expectación como en Myanmar, pero también tuvo su oportunidad de arrimarse a unas cuantas locales. El niño no decía nunca que no... 


Y luego proseguimos la exploración. Mucha gente no había. O eso, o Miguel es un pesado haciendo fotos y espera mucho hasta que consigue una en la que no salga nadie más. Cuál os creéis. 




Desde lo alto de una pagoda.


Los tejados son bonitos. Y eso de hacer mosaicos con  la vajilla rota me parece un reciclaje de lo mas chic. 





Si, lo cierto es que las gafas me quedan regular... pero 3€, oye. 

Esa misma noche era el acontecimiento cumbre de las fiestas de Hue... ¡la cena imperial! ¡Se recreaba una cena imperial de lujo en el palacio! Costaba un par de millones de dongs, con eso podía vivir una familia vietnamita durante un mes. Asistían los embajadores y lo más granado del país. Y nosotros. Lucía para estas cosas es una gorda gordísima, así que decidió que teníamos que ir a comprar las entradas. Fuimos a uno de los puestos de entradas que estaban en la entrada de la ciudadela, y le intentamos explicar a la chica que las vendía que queríamos una entrada para el espectáculo de por la noche. La chica no lo entendía y quería vendernos unas entradas de unas cuantas decenas de miles de dongs, así que al final tuvimos que escribirle en un papel la cantidad que queríamos pagar escribiendo un montón de ceros, y cuando lo entendió de repente, se le desencajó la mandíbula, empezó a asentir enfáticamente, balbuceó diciendo que esperásemos, que eran entradas especiales y que no tenía ninguna, y se fue corriendo como un misil. Así que allí nos quedamos, la mar de sorprendidos nosotros también. Como no sabíamos cuanto iba a tardar, nos sentamos en su puesto de las entradas, que había dejado desatendido. A lo tonto, a lo tonto, podíamos haber hecho negocio vendiendo allí el taco de entradas que se había dejado. 


Volvió sin aliento y con los ojos como platos, y la dimos nosotros papelitos de colores de esos con muchos ceros. Luego continuamos la exploración.
En general en el sureste asiático en esta época del año hace bastante calor, así que Miguel no saltaba tanto, pero para que quede constancia de su devoción a la cámara:




Ya se iba haciendo tarde y a la hora de la siesta Lucía aprovechaba cualquier excusa para sentarse.


Así que antes de que se me durmiese, decidimos salir a tomar a tomar un café fuera. Curiosamente, al igual que los españoles, los vietnamitas de Hue también se echaban la siesta.



Lucía estaba cansada y hacía calor, así que no tenía ganas de andar mucho, así que cogimos un bici-carro = "ciclo" en vietnamita, para que nos llevase al otro lado del río. Nosotros íbamos 2 y pesamos mucho más que los vietnamitas, así que cuesta arriba nuestro viejecillo iba resoplando y a una velocidad ridícula. Me entraron ganas de decirle que se sentase él y que ya pedaleaba yo, pero respeté su amor propio. Los otros conductores cuando nos veían se reían bastante. Al final le dimos una buena propina.


Una de las razones por las que le dejamos conducir a él era porque el tráfico era así:


Abajo un taller artesanal de caña de azúcar en medio de la ciudad. 


Tras tomar una cerveza con cubitos de hielo, que es como se sirven en este país si no le paras rápido al camarero, ya anocheció, así que volvimos a la ciudadela, que estaba bastante más animada que por la mañana.


Los plebeyos se entretenían en las primeros patios jugando a tirar un palo de forma que cayese dentro de un jarrón. No parecía un juego demasiado inteligente, pero si lo piensas bien, la petanca tampoco es lo más estimulante para las actividades cognitivas. 


Algunos plebeyos se acumulaban a la entrada de los aposentos reales, para mirar cómo los que somos de cierta alcurnia entrábamos con nuestras vestimentas. El patio de la cena estaba la mar de bonito.


Realmente uno se podía sentar donde quisiera, excepto algunas centrales que estaban reservadas, así que elegimos una al azar. Luego, los maestros de ceremonias trajeron a otro extranjeros a nuestra mesa, supongo que les verían algo más perdidos y decidieron ponernos a todos juntos. Excepto los diplomáticos, sólo un par de mesas tenían extranjeros.

Había muchas más camareras que comensales, y al cabo de  un rato empezaron a traer cosas.Cada mesa tenía un par de camareras, y se servían a todas las mesas a la vez, así que entraba un ejército de camareras portando bandejas con cada plato. Por supuesto, no antes de que se le sirvieran al emperador y emperatriz, sentaditos en mesas separadas en el escenario. 


En el escenario principal estaban pasando cosas todo el rato entre plato y plato, pero no nos enterábamos de mucho. Hubo música bailes variados con muchos lotos, y unos dragones que tuvieron un dragoncito. Entre actuación y actuación emperador o emperatriz básicamente decían con voz chillona que qué chulo todo y qué buena la comida. 


Alguna camarera que sabía inglés nos traducía lo que podía, pero no ayudaba demasiado. Lo mismo se tiraban canturreando 10 minutos y dando saltos, y le preguntabas que qué había pasado, y nos decía que estaba alabando el sabor del pastel de mijo que acababan de servir. Por cierto, la carta era esta:


La estrella de la noche fue la sopa de holoturio. No me enteré hasta más tarde de que el holoturio es una especie de pepino de mar asqueroso.


No tengo muchas fotos de la comida, y lo cierto es que si bien fue la mar de divertido, me gustaron más los ratones fritos y las berenjenas de Can Tho. Eso sí, está gente se curraba los platos una barbaridad, atención a cómo están cortadas las verduras. 



Muchas de las cosas estaban hechas al vapor - se enrolla algo en una hoja de bambú y se pone a cocinar. Dulce o salado, no importa. Una de las cosas era arroz relleno con carne de pato, creo recordar que es ésto. 


La sopa de pepino de mar tenía más substancia:


Y esto de colorines era el postre, que eran también unos pasteles al vapor. 


Al final la camarera se puso a enseñarnos a "tocar las castañuelas" con vasitos de licor al estilo local, y para asombro de Lucía, se me daba mejor que a ella.


En fin... fue la comida más cara que he comido en toda mi vida (75€ cena y espectáculo, vamos, que tampoco nos arruinamos), y al final me quedé con hambre... Menos mal que el sitio era bonito.



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