Monday, October 27, 2014

Ninh Binh / Tam Coc

El 21 de abril muy pronto por la mañana el autobús nos dejó en Ninh Binh. Ninh Binh es una región donde se va básicamente a ver el campo. Llegamos a eso de las 7 de la mañana, así que lo primero de todo fue enchufarse un desayuno, donde lo mejor fue la taza de leche condensada que nos pusieron al lado. O el zumo de piña natural, todo depende de a quién se le pregunte. Seguimos nuestro periplo hacia el norte:

Ninh Binh es una zona llena de montañas redondeadas que salen de las llanuras encharcadas de arroz. Y todo surcado por montones de canales. Realmente, Ninh Binh es la ciudad principal a la que van los autobuses. Donde fuimos nosotros es a un pueblecico cercano llamado Tam Coc. La lónli prometía un paisaje acuático mágico, con macizos de piedra surgiendo de los arrozales. Éramos un poco escépticos, porque mirando en Google maps salía poco más que un lago y un par de casas. 
Así que nos acercamos al embarcadero del pueblo, y enseguida apareció un enjambre de señoras que querían llevarnos a dar una vuelta. Nos montamos en un barquito de ésos y la señora empezó a remar. Con los pies. Por lo visto dicen que las piernas son más fuertes y se cansan menos, así que en toda la zona lo tradicional es hacerlo así. Hasta aquí, salvo la curiosidad de los pies, que cierto es que es digna de ver, poca miga. Yo ya estaba maldiciendo a la lónli. Peeeeero... al final del lago salía (no tengo muy claro si desembocaba o nacía) un río que nos llevaba hacia las afueras del pueblo...


Y esta pinta tenía. Es parecido al paisaje de la bahía de Ha Long, pero en terrestre. 


Pasamos al lado de unos señores con unas cabras. Las cabras se habían subido a un caminito en la roca y no sé si no podían o no querían bajar, pero los vietnamitas estaban revolucionados intentado que se bajaran. Yo tengo bien claro que no querían. Además las cabras se lo estarían pasando bomba viendo al vietnamita encaramado a las piedras. Lástima que no vimos el desenlace. 


Como no tenemos casi ninguna foto juntos, le pedimos a la barquera que nos hiciera una. Bueno, algo desenfocada, pero algo es algo.


Llegamos a un sitio donde parecía que el canal se acababa.


Pero la señora iba hacia el muro que se ve al fondo a la izquierda a gran velocidad. Resulta que a través de una cueva continuaba el canal.


A veces había que agachar la cabeza. Menos mal que la señora tenía una linterna...

Pero bueno, luego se salía al otro lado.


Lucía con sus fotos.


El señor de abajo tenía como una especia de nasas en los campos de arroz de los lados, e iba con un gancho recogiéndolas para ver si había algo junto con la señora. No llegamos a ver qué es lo que había. ¡Sí que lo vimos! ¡Cogían caracoles! Eran rojos brillantes, por lo visto se comen. Como tantas otras cosas aquí.


A veces el paisaje era muy abierto.


Otras veces más encañonado.


Y otras veces era más selvático y con templos en ruinas escondidos como en Indiana Jones. Mi peinado de Ho Chi Minh permanece inalterable. 


Desde luego, cuevas de esas atravesamos un par.


¿Y al final de casi una hora? ¿Qué es lo que hay?


¡Una señora vendiendo comida y tonterías a los turistas! Por lo visto tiene que ser más rentable que cultivar arroz. La señora de nuestra barca, que claramente estaba compinchada con la del puesto, se acercó a ella y la señora del puesto nos empezó a ofrecer cosas. Nosotros le dijimos que no. Y la del puesto nos empezó a decir medio por señas, que  nuestra remera estaba cansada y necesitaba beber algo... que le comprásemos zumos. A mí me parecía la mar de surrealista, así que abrí la mochila y saqué mis botellas de agua y la fruta que llevaba. Me dirigí a la remadora (que me dijo que no), y le ofrecí vendérsela a la vendedora a un precio más barato al que me la ofrecía ella. Y mira que se lo estaba ofreciendo a mitad de precio comparado a lo que nos lo ofrecía ella, pero al final parece que no hubo negocio. Yo normalmente en estos casos me escondo debajo de algo y espero hasta que el interesado se da cuenta de que se están descojonando de él y se aleja. En este caso las restricciones de espacio no daban más de sí, así que reconozco que disfruté de las caras que iban poniendo remera y vendedora conforme iban viendo el percal. Una parte de mí pensaba que la barquera nos iba a dejar en medio de un arrozal a unos cuantos kilómetros del pueblo, pero se ve que, pese a todo, le dimos pena. 

La Raf, que es es la otra guía que llevábamos de viaje (Rough guide, vamos, la guía para intrépidos como nosotros), ya nos había advertido de los trucos locales, entre los que se incluía el intentar convencer al turista para que comprase agua para la remadora. La remadora luego no abre la botella, sino que se la revende a la vendedora por la décima parte del precio. Entre la Raf y la Lónli, es una maravilla. Como un día a los vietnamitas les dé por comprarse las guías que llevamos los occidentales y descubran que ya nos sabemos sus trucos... se acumularan los extranjeros en los arrozales... 

Realmente yo no lo había pensado nunca, pero lo de remar con las manos parecía la mar de práctico. Te deja las manos libres para fumar.


Para sujetar el paraguas.


Para tejer (aunque en la foto no se le ven las manos).


Aquí estaba lloviendo, pero a pesar de todo la señora estaba en medio del campo por si a algún turista pasa por allí con ganas de tomarse un zumo de mango.


El espectáculo de la remadora no terminó aquí... otra de las cosas que ponía en la Raf es que intentaras encontrar una barca en la que no hubiese una bolsa sospechosa. La bolsa en cuestión está llena de souvenires varios para el turista incauto, o el que tiene mucho sitio en la maleta. Nosotros esto lo hicimos bien, o eso pensábamos, porque no había bolsa a la vista... hasta que la señora levantó una tabla y... ta chán! ¿quiere una camiseta, señora? ¡Pretty, pretty!

Cuando volvíamos y ya íbamos a amarrar, la señora nos empezó a decir que quería una propina. ¡Y exigiendo! Pues no se llevó ni un dong.

Luego nos alquilamos unas bicis para ir de excursión. La de la izquierda es la mía.


Lo bueno de ir de excursión en bici es que ves como vive la gente por allí. La familia de abajo tiene la choza en medio de un lozadal, así que para no llenarse de barro cada vez que entran o salen, han hecho un caminito de piedras.


A los bisabuelos los tenían también cerca de casa. Lo de la izquierda son las tumbas familiares. 



La foto de abajo es para que me veáis a mí también, que salgo menos que Lucía.


Sí que se distinguen que dentro de los agricultores, hay clases. Los hay que tienen puentecitos monos, incluso con puertas.


Otros son más cochambrosos.



De todo.


En la región, con todo el agua que tenían, se dedicaban principalmente al arroz, en las llanuras entre las montañas. De vez en cuando ponían canales artificiales.


Cuando nos encontramos con vacas por el camino, a Lucía le costó un buen rato decidirse a pasar.


Al cabo de un rato llegamos a un conjunto de templos en la base de una montañita. ¡Nos pidieron dinero por aparcar las bicis abajo!


Desde allí había un senderito para escalar la montaña empinada. Había carteles de prohibido por todas partes, pero aprovechando que no había nadie mirando, me fui para arriba. Lucía se quedó abajo refunfuñando, porque iba en chanclas y aquello resbalaba muchísimo, así que se perdió la vista desde arriba.


Y luego ya, de vuelta al pueblo central de la zona. Desde allí queríamos ir a Hai Phong, la ciudad grande que estaba ya en la costa. Habíamos dejado las mochilas grandes durante el día en un hotelito local, para poder hacer las excursiones, y cuando le dijimos a la recepcionista que queríamos ir a Hai Phong, en seguida nos dijo que ella nos pedía un taxi. Y eso que había otro taxi justo en la puerta que quería llevarnos, pero la recepcionista no hacía nada más que ahuyentarle para que fuésemos con el taxista que ella quería (vete a saber si era su primo). El otro taxista, que debía ser independiente, se pasaba todo el rato por delante de la puerta y nos miraba para ver si nos íbamos con él. Muy curioso ver como se reparten a los turistas. Yo y mi instinto de la libre competencia pretendíamos meternos con el taxista acechante previa negociación, pero Miguel, que ya había mareado a suficientes vietnamitas por un día, no me dejó. 

Al final fuimos con el taxi que nos buscaron a la ciudad grande de la zona (Ninh Binh). Llegamos muy de noche, así que dejamos las mochilas y nos pusimos a investigar cómo ir el día siguiente a Cat Ba, la isla grande de la bahía de Ha Long. Quedaba ya muy poca gente en la calle, pero al final encontramos a una especie de agencia de viajes, donde nos dijeron que se encargaban de todo. De todo quería decir que teníamos que estar allí el día siguiente a las 6:30 de la mañana, y que del resto se encargaban ellos. Y que necesitaban parte del dinero ya. La agencia era un tugurio de mala muerte, donde no había nadie, el señor que nos contaba esto estaba realmente tomándose un refresco en las escaleras del portal de al lado. Como era de noche, no íbamos a encontrar nada más, y pensábamos que si no, íbamos a perder el día siguiente, le dimos el dinero. Yo de aquello no me fiaba ni un pelo, así que hice fotos a la tienda para saber cuál era por si acaso nos estaban timando. En fin, menos mal que al menos para un occidental todo es allí la mar de barato.

Y luego ya a cenar y a la cama rápido, que mañana nos tocaba madrugar.

Wednesday, October 22, 2014

Hue: Alrededores

El 20 de abril lo dedicamos a hacer una excursión en moto por los alrededores de Hue para ver los mausoleos. Hue había sido capital imperial, y en aquellos tiempos los emperadores no tenían nada mejor que hacer que dedicarse a construirse tumbas para cuando murieran. Un poco como los egipcios, sólo que los vietnamitas, en vez de pirámides, construían palacios. Así que hay como 4 ó 5 tumba-palacios en unos 20 km a la redonda.

Conducía Lucía, por supuesto, pero a diferencia de cuando cogimos la moto en Hoi-An, Hue era una ciudad de verdad y había un montón de motos zumbando en todas las direcciones, así que aquí iba muy despacito y la mar de nerviosa. Realmente lo mejor habría sido cerrar los ojos y acelerar. La capacidad de esquivar extranjeros de un vietnamita en moto con mujer y tres niños a bordo esta mundialmente reconocida. Y más teniendo en cuenta que en estos países los frenos parecen ser un placebo mas que algo realmente funcional. Yo mientras tanto iba detrás, agarrado con todas mis fuerzas, aunque de vez en cuando escuchaba los estertores entrecortados, y tenía que aflojar un poco el abrazo para dejarla respirar. Además, y debo añadir para mi pesar, de forma poco inteligente, se dedicaba a señalarme todas las cosas que le llamaban la atención, que eran muchas, mientras yo recitaba mantras entre los dientes.  Nada más salir del centro urbano, ya nos íbamos tranquilizando. Todas las motos nos pasaban a gran velocidad, pero de repente una, en la que iba montada una señora mayor, se pone a nuestra altura, nos sonríe y nos dice en un inglés pasable: "¡Huy señorita, qué bien conduce usted la moto!". A mí me hizo mucha gracia, pero Lucía, que iba con el ceño fruncido y con los nudillos blancos de sujetar el manillar, no se sintió muy halagada. La señora empezó a charlotear y nos preguntó que a dónde íbamos. "Al mausoleo de Lăng Khải Định", le contesté. "Pues precisamente voy yo para allá porque vivo al lado y voy para casa, seguidme que me conozco el camino". Y sin decir nada más se puso a unos 10 metros delante nuestra mirando para atrás cada 30 segundos para ver si la seguíamos. Y los primeros 10 minutos la seguimos, hasta una intersección en la que ella se fue hacia la derecha, mientras que Google Maps decía que era hacia la izquierda. ¿Derecha como iba la mujer o izquierda como decía Google? Sin dudarlo un instante fuimos a la izquierda. Frente a Google, la vietnamita no tenía ninguna oportunidad. Sin embargo sólo la perdimos de vista un momento, porque la señora, que se suponía que iba a su casa, al minuto apareció zumbando a toda velocidad.
Señora de la moto: "¡Que ya os habíais equivocado! ¡Teníais que haberme seguido bien! Mira que sois un poco despistadillos..."
Yo: "Que no señora, que nosotros vamos al mausoleo, y es por aquí".
Señora: "Bueno, por aquí sí que se va al mausoleo, pero yo es que pensaba que veníais a mi casa".
Yo: "Bueno, es que en la Lonli pone que el mausoleo mola bastante, pero no pone nada de su casa"
Señora: "Pues os acompaño de todas formas"
Así que se volvió a colocar delante de nosotros, eso sí, a partir de ahora yendo en la buena dirección. Hasta que aparcamos las motos enfrente del mausoleo. Ahí la señora nos ayudó a usar un truco para enganchar el segundo casco al manillar, (debajo del asiento sólo cabe uno), así que fue útil al menos una vez.
Yo: "Bueno señora, ha sido un placer que haya conducido a 10 metros por delante de nosotros durante todo el camino echándonos todo el smog. Ahora nosotros vamos a entrar."
Señora: "Huy, el placer es mío. Les esperaré aquí a que salgan."
Yo: "Pero señora, que nosotros no tenemos ni idea del tiempo que vamos a tardar y luego nos vamos a ir a ver otro mausoleo. Es más, por si se lo estaba imaginando, no le vamos a pagar un chavo."
Señora: "¡Uff.. sucio dinero! ¡Claro que no, faltaría más! Si yo lo que quiero es practicar mi inglés, y además no tengo nada que hacer."
Yo: "Pues como quiera, hasta luego entonces".

Y adentro fuimos. Abajo la escalinata del principio.


Lucía pensando en la señora motociclista y en sus ganas de aprender inglés. 

Y el edificio principal.


Está prohibido hacer fotos dentro, pero aprovechando que nadie miraba... No es que se vea mucho, pero salgo yo, que no es poco. Una suerte que Lucía se tome estas prohibiciones vietnamitas de una manera más laxa. 


Realmente la escalinata era de lo más bonito. Y lo más bonito de todo el señor este sudoroso de las gafas sentado a horcajadas en la baranda. 




A la salida nos estaba esperando la señora de la moto. La dijimos que íbamos al siguiente mausoleo, pero ella insistió diciendo que su casa estaba justo al lado del sitio ese, y que nos invitaba a un té, y que sólo quería practicar inglés. Lucía estaba sólo regular de convencida, pero yo me sentía explorador, así que le dije que vale. Mi gen desconfiado sólo estaba esperando escuchar las palabras mágicas de boca de la señora. Miguel esto se lo tomaba como un experimento cultural. 

Así que la seguimos hasta su casa. Que tenía poco más de una habitación. Nos sirvió un poco de té y se puso a charlotear. Al principio de cosas generales, pero poco a poco la conversación se fue haciendo más y más surrealista.
Señora: "Pues la vida es difícil con dos niños, y el trabajo en el campo es muy duro y patatín y patatán".
Lucía en off: ¿qué niños? aquí no cabe nadie más, ni siquiera hay esterillas para otra que no sea ella...ni hay más ropa, ni más nada... agente de la CÍA que me tendrían que haber hecho
Yo: "Vaya, pues también es dura la vida del cubículo. Por cierto, ¿dónde están sus niños?"
Señora: "Pues hoy justamente están en el colegio"
Yo: "Pero señora, si hoy es domingo"
Señora: "Huy, es que tiene clases especiales, que por cierto son carísimas"
Gen desconfiado de Lucía: ¿ves, tesoro? Lo sabíamos!!!!!
Yo: "¡Pues yo tenía entendido que Vietnam es un país comunista y el colegio es gratis!"
Señora: "Pues cada uno tiene que pagar para ir al colegio un porrón de Dongs, y yo no tengo dinero para pagarlo. Y es una pena, porque mi niño mayor, que es listísimo, quiere ser médico."
Lucía en off: yo también, señora, yo también. Y aquí me tiene, hablando con usted. 
Yo: "Pues hagáselo mirar, que creo que no está haciendo un buen negocio y le están timando, porque en Vietnam el cole es gratis, y el dinero que me dice usted que le cuesta, es más de lo que cuesta estudiar en un internado en la universidad en la capital".
Impagable la cara de la señora cuando viene un guiri con gafas enormes a decirle como funciona el sistema educativo de su país. 
Señora: "Huy, qué cosas dice usted, caballero. Por cierto, ¿no querrán ustedes contribuir a la educación de mis hijos con xxx dongs?" 
Yo: "Pues gracias por preguntar, señora, pero fíjese usted que no, no querría contribuir con ningún dong"
Pero el té muy rico, gracias. 
Durante todo el proceso, mi gen de agente de la CÍA no hacía más que mirar hacia la puerta para ver si llegaban los matones a hacernos la encerrona. 
La conversación se iba haciendo más rara por momentos, y yo estaba la mar de entretenido, pero a Lucía le parecía demasiado tenso, así que me dijo que nos fuésemos. Así que nos despedimos y nos fuimos. A toda leche no le fuese a dar tiempo a llamar a sus amigos. Por cierto, la señora al final ya no estaba tan charlatana como al principio.

Tras cruzar con la moto el río fuimos al siguiente tumba-palacio. Sufrí en el viaje en moto, porque ese día estaba regular del vientre y el traqueteo de la moto por las carreteras de allí, algunas sin asfaltar, no ayudaba nada.

Algunas fotitos del siguiente palacio.
Lucía, cuando seamos grandes, te compraré una casa como ésta... 






Después decidimos ir a visitar las zonas rurales y los campos de arroz.


Ottia, se man caío las llaves de la moto!!!


El arroz crece encharcado tal que así:


Y al siguiente mausoleo. Éste era de un rey que según nuestra guía tenía fama de vago y gandul. En la entrada había una chapita en la puerta en varios idiomas. Traduzco la parte relevante: "La naturaleza contemplativa y el espíritu poético del emperador se reflejó en el escenario y ...". Me encantó. A partir de ahora no soy vago, sino de naturaleza contemplativa.


Realmente dentro del edificio de la tumba tampoco se podían hacer fotos para no profanar al emperador, pero a estas alturas yo me sentía tan crecido, que le hice una foto al guardia encargado de que no se hiciesen fotos. Crecido dice... acojonao, es lo que estaba, que las reglas son las reglas!


Es una pena que no se vea en ese momento el programa de la tele, porque era de un concurso de esos de bailar y cantar y el hombre estaba totalmente ensimismado.

En tenderetes de los alrededores de los templos vendían palitos aromáticos.


En Vietnam también hay fianza por las botellas de plástico vacías, y lo cierto es que para algunos, el reciclaje era un negocio.


En total fue un día bastante entretenido. Así que luego volvimos a devolver la moto y a agradecer al universo que no nos chocamos con nada y volvimos al hostal.

Los del hostal eran simpatiquísimos y nos invitaron a unos "dulces" tradicionales. A nosotros y unos alemanes que había rondando por ahí... nosotros nos lo comimos todo con aplomo, pero los alemanes vieron la gamba con su cáscara y todo y no lo consiguieron...






Y luego, a continuar la dura vida del viajero, nos metimos en un autobús nocturno hacia Ninh Binh, un porrón de kilómetros más al norte.

Sunday, October 12, 2014

Hue: el Palacio Imperial

El 19 de abril nos despertamos en Hue, antigua capital imperial. Así que decidimos pasar el día visitando la ciudadela y aledaños. Resulta que por casualidad era el festival de Hue, que se celebra cada dos años y se representaban cosas de la época de la corte.

Pongo un mapita ahora que tenemos tiempo de hacer estas cosas. Si pulsáis en el link se ve mejor, para los que no tengan ganas pongo aquí donde estamos. Empezamos al sur, en Ho Chi Minh, y ya llevamos más de la mitad de Vietnam:



Los que hayáis hecho click en el link habréis podido ver la ciudadela de Hue. Se conservan todos los muros y algunos de los edificios de la época imperial, que en este caso no es tan antigua. Los Nguyen eran la familia que mandaba por aquí en los siglos XVII al XIX. 

Por la mañana lo primero era desayunar. Nosotros desayunábamos a lo occidental, pero los hombres vietnamitas lo solían hacer en las terrazas tomándose su tiempo. Siempre en las sillas ridículas esas.


Para llegar a la ciudadela, teníamos que pasar el río por uno de los puentes. Mientras que los hombres desayunaban, las mujeres iban al mercado.


Abajo por el río.


La niña es una envidiosa para estas cosas, así que se le antojó un gorro picudo. Yo estoy seguro que que era sólo para ir más conjuntada, pero ella sostenía que era para integrarse en la sociedad vietnamita y vivir su cultura desde dentro. Faltaría más... 


Y luego ya entramos en la ciudadela imperial.


Lucía se pensaba que el gorro le bastaba para ir camuflada como una más, pero para un ojo observador, resultaba inconfundible el aire de turista andaluza. Será por mi gracia natural, tan típica de mis tierras... 


A los vietnamitas, Lucía con los "faldalones" verdes que se había comprado en Camboya y el sombrero de bambú les llamaba muchísimo la atención y no dejaban de mirarla, y un señor se atrevió a pedirle permiso para hacer una foto a su hija con ella. 


A mí también me tocó satisfacer a mis fans. Aquí no levantó tanta expectación como en Myanmar, pero también tuvo su oportunidad de arrimarse a unas cuantas locales. El niño no decía nunca que no... 


Y luego proseguimos la exploración. Mucha gente no había. O eso, o Miguel es un pesado haciendo fotos y espera mucho hasta que consigue una en la que no salga nadie más. Cuál os creéis. 




Desde lo alto de una pagoda.


Los tejados son bonitos. Y eso de hacer mosaicos con  la vajilla rota me parece un reciclaje de lo mas chic. 





Si, lo cierto es que las gafas me quedan regular... pero 3€, oye. 

Esa misma noche era el acontecimiento cumbre de las fiestas de Hue... ¡la cena imperial! ¡Se recreaba una cena imperial de lujo en el palacio! Costaba un par de millones de dongs, con eso podía vivir una familia vietnamita durante un mes. Asistían los embajadores y lo más granado del país. Y nosotros. Lucía para estas cosas es una gorda gordísima, así que decidió que teníamos que ir a comprar las entradas. Fuimos a uno de los puestos de entradas que estaban en la entrada de la ciudadela, y le intentamos explicar a la chica que las vendía que queríamos una entrada para el espectáculo de por la noche. La chica no lo entendía y quería vendernos unas entradas de unas cuantas decenas de miles de dongs, así que al final tuvimos que escribirle en un papel la cantidad que queríamos pagar escribiendo un montón de ceros, y cuando lo entendió de repente, se le desencajó la mandíbula, empezó a asentir enfáticamente, balbuceó diciendo que esperásemos, que eran entradas especiales y que no tenía ninguna, y se fue corriendo como un misil. Así que allí nos quedamos, la mar de sorprendidos nosotros también. Como no sabíamos cuanto iba a tardar, nos sentamos en su puesto de las entradas, que había dejado desatendido. A lo tonto, a lo tonto, podíamos haber hecho negocio vendiendo allí el taco de entradas que se había dejado. 


Volvió sin aliento y con los ojos como platos, y la dimos nosotros papelitos de colores de esos con muchos ceros. Luego continuamos la exploración.
En general en el sureste asiático en esta época del año hace bastante calor, así que Miguel no saltaba tanto, pero para que quede constancia de su devoción a la cámara:




Ya se iba haciendo tarde y a la hora de la siesta Lucía aprovechaba cualquier excusa para sentarse.


Así que antes de que se me durmiese, decidimos salir a tomar a tomar un café fuera. Curiosamente, al igual que los españoles, los vietnamitas de Hue también se echaban la siesta.



Lucía estaba cansada y hacía calor, así que no tenía ganas de andar mucho, así que cogimos un bici-carro = "ciclo" en vietnamita, para que nos llevase al otro lado del río. Nosotros íbamos 2 y pesamos mucho más que los vietnamitas, así que cuesta arriba nuestro viejecillo iba resoplando y a una velocidad ridícula. Me entraron ganas de decirle que se sentase él y que ya pedaleaba yo, pero respeté su amor propio. Los otros conductores cuando nos veían se reían bastante. Al final le dimos una buena propina.


Una de las razones por las que le dejamos conducir a él era porque el tráfico era así:


Abajo un taller artesanal de caña de azúcar en medio de la ciudad. 


Tras tomar una cerveza con cubitos de hielo, que es como se sirven en este país si no le paras rápido al camarero, ya anocheció, así que volvimos a la ciudadela, que estaba bastante más animada que por la mañana.


Los plebeyos se entretenían en las primeros patios jugando a tirar un palo de forma que cayese dentro de un jarrón. No parecía un juego demasiado inteligente, pero si lo piensas bien, la petanca tampoco es lo más estimulante para las actividades cognitivas. 


Algunos plebeyos se acumulaban a la entrada de los aposentos reales, para mirar cómo los que somos de cierta alcurnia entrábamos con nuestras vestimentas. El patio de la cena estaba la mar de bonito.


Realmente uno se podía sentar donde quisiera, excepto algunas centrales que estaban reservadas, así que elegimos una al azar. Luego, los maestros de ceremonias trajeron a otro extranjeros a nuestra mesa, supongo que les verían algo más perdidos y decidieron ponernos a todos juntos. Excepto los diplomáticos, sólo un par de mesas tenían extranjeros.

Había muchas más camareras que comensales, y al cabo de  un rato empezaron a traer cosas.Cada mesa tenía un par de camareras, y se servían a todas las mesas a la vez, así que entraba un ejército de camareras portando bandejas con cada plato. Por supuesto, no antes de que se le sirvieran al emperador y emperatriz, sentaditos en mesas separadas en el escenario. 


En el escenario principal estaban pasando cosas todo el rato entre plato y plato, pero no nos enterábamos de mucho. Hubo música bailes variados con muchos lotos, y unos dragones que tuvieron un dragoncito. Entre actuación y actuación emperador o emperatriz básicamente decían con voz chillona que qué chulo todo y qué buena la comida. 


Alguna camarera que sabía inglés nos traducía lo que podía, pero no ayudaba demasiado. Lo mismo se tiraban canturreando 10 minutos y dando saltos, y le preguntabas que qué había pasado, y nos decía que estaba alabando el sabor del pastel de mijo que acababan de servir. Por cierto, la carta era esta:


La estrella de la noche fue la sopa de holoturio. No me enteré hasta más tarde de que el holoturio es una especie de pepino de mar asqueroso.


No tengo muchas fotos de la comida, y lo cierto es que si bien fue la mar de divertido, me gustaron más los ratones fritos y las berenjenas de Can Tho. Eso sí, está gente se curraba los platos una barbaridad, atención a cómo están cortadas las verduras. 



Muchas de las cosas estaban hechas al vapor - se enrolla algo en una hoja de bambú y se pone a cocinar. Dulce o salado, no importa. Una de las cosas era arroz relleno con carne de pato, creo recordar que es ésto. 


La sopa de pepino de mar tenía más substancia:


Y esto de colorines era el postre, que eran también unos pasteles al vapor. 


Al final la camarera se puso a enseñarnos a "tocar las castañuelas" con vasitos de licor al estilo local, y para asombro de Lucía, se me daba mejor que a ella.


En fin... fue la comida más cara que he comido en toda mi vida (75€ cena y espectáculo, vamos, que tampoco nos arruinamos), y al final me quedé con hambre... Menos mal que el sitio era bonito.