Ninh Binh es una zona llena de montañas redondeadas que salen de las llanuras encharcadas de arroz. Y todo surcado por montones de canales. Realmente, Ninh Binh es la ciudad principal a la que van los autobuses. Donde fuimos nosotros es a un pueblecico cercano llamado Tam Coc. La lónli prometía un paisaje acuático mágico, con macizos de piedra surgiendo de los arrozales. Éramos un poco escépticos, porque mirando en Google maps salía poco más que un lago y un par de casas.
Así que nos acercamos al embarcadero del pueblo, y enseguida apareció un enjambre de señoras que querían llevarnos a dar una vuelta. Nos montamos en un barquito de ésos y la señora empezó a remar. Con los pies. Por lo visto dicen que las piernas son más fuertes y se cansan menos, así que en toda la zona lo tradicional es hacerlo así. Hasta aquí, salvo la curiosidad de los pies, que cierto es que es digna de ver, poca miga. Yo ya estaba maldiciendo a la lónli. Peeeeero... al final del lago salía (no tengo muy claro si desembocaba o nacía) un río que nos llevaba hacia las afueras del pueblo...
Y esta pinta tenía. Es parecido al paisaje de la bahía de Ha Long, pero en terrestre.
Pasamos al lado de unos señores con unas cabras. Las cabras se habían subido a un caminito en la roca y no sé si no podían o no querían bajar, pero los vietnamitas estaban revolucionados intentado que se bajaran. Yo tengo bien claro que no querían. Además las cabras se lo estarían pasando bomba viendo al vietnamita encaramado a las piedras. Lástima que no vimos el desenlace.
Como no tenemos casi ninguna foto juntos, le pedimos a la barquera que nos hiciera una. Bueno, algo desenfocada, pero algo es algo.
Llegamos a un sitio donde parecía que el canal se acababa.
Pero la señora iba hacia el muro que se ve al fondo a la izquierda a gran velocidad. Resulta que a través de una cueva continuaba el canal.
A veces había que agachar la cabeza. Menos mal que la señora tenía una linterna...
Pero bueno, luego se salía al otro lado.
Lucía con sus fotos.
El señor de abajo tenía como una especia de nasas en los campos de arroz de los lados, e iba con un gancho recogiéndolas para ver si había algo junto con la señora. No llegamos a ver qué es lo que había. ¡Sí que lo vimos! ¡Cogían caracoles! Eran rojos brillantes, por lo visto se comen. Como tantas otras cosas aquí.
A veces el paisaje era muy abierto.
Otras veces más encañonado.
Y otras veces era más selvático y con templos en ruinas escondidos como en Indiana Jones. Mi peinado de Ho Chi Minh permanece inalterable.
Desde luego, cuevas de esas atravesamos un par.
¿Y al final de casi una hora? ¿Qué es lo que hay?
¡Una señora vendiendo comida y tonterías a los turistas! Por lo visto tiene que ser más rentable que cultivar arroz. La señora de nuestra barca, que claramente estaba compinchada con la del puesto, se acercó a ella y la señora del puesto nos empezó a ofrecer cosas. Nosotros le dijimos que no. Y la del puesto nos empezó a decir medio por señas, que nuestra remera estaba cansada y necesitaba beber algo... que le comprásemos zumos. A mí me parecía la mar de surrealista, así que abrí la mochila y saqué mis botellas de agua y la fruta que llevaba. Me dirigí a la remadora (que me dijo que no), y le ofrecí vendérsela a la vendedora a un precio más barato al que me la ofrecía ella. Y mira que se lo estaba ofreciendo a mitad de precio comparado a lo que nos lo ofrecía ella, pero al final parece que no hubo negocio. Yo normalmente en estos casos me escondo debajo de algo y espero hasta que el interesado se da cuenta de que se están descojonando de él y se aleja. En este caso las restricciones de espacio no daban más de sí, así que reconozco que disfruté de las caras que iban poniendo remera y vendedora conforme iban viendo el percal. Una parte de mí pensaba que la barquera nos iba a dejar en medio de un arrozal a unos cuantos kilómetros del pueblo, pero se ve que, pese a todo, le dimos pena.
La Raf, que es es la otra guía que llevábamos de viaje (Rough guide, vamos, la guía para intrépidos como nosotros), ya nos había advertido de los trucos locales, entre los que se incluía el intentar convencer al turista para que comprase agua para la remadora. La remadora luego no abre la botella, sino que se la revende a la vendedora por la décima parte del precio. Entre la Raf y la Lónli, es una maravilla. Como un día a los vietnamitas les dé por comprarse las guías que llevamos los occidentales y descubran que ya nos sabemos sus trucos... se acumularan los extranjeros en los arrozales...
Realmente yo no lo había pensado nunca, pero lo de remar con las manos parecía la mar de práctico. Te deja las manos libres para fumar.
Para sujetar el paraguas.
Para tejer (aunque en la foto no se le ven las manos).
Aquí estaba lloviendo, pero a pesar de todo la señora estaba en medio del campo por si a algún turista pasa por allí con ganas de tomarse un zumo de mango.
El espectáculo de la remadora no terminó aquí... otra de las cosas que ponía en la Raf es que intentaras encontrar una barca en la que no hubiese una bolsa sospechosa. La bolsa en cuestión está llena de souvenires varios para el turista incauto, o el que tiene mucho sitio en la maleta. Nosotros esto lo hicimos bien, o eso pensábamos, porque no había bolsa a la vista... hasta que la señora levantó una tabla y... ta chán! ¿quiere una camiseta, señora? ¡Pretty, pretty!
Cuando volvíamos y ya íbamos a amarrar, la señora nos empezó a decir que quería una propina. ¡Y exigiendo! Pues no se llevó ni un dong.
Luego nos alquilamos unas bicis para ir de excursión. La de la izquierda es la mía.
Lo bueno de ir de excursión en bici es que ves como vive la gente por allí. La familia de abajo tiene la choza en medio de un lozadal, así que para no llenarse de barro cada vez que entran o salen, han hecho un caminito de piedras.
A los bisabuelos los tenían también cerca de casa. Lo de la izquierda son las tumbas familiares.
La foto de abajo es para que me veáis a mí también, que salgo menos que Lucía.
Sí que se distinguen que dentro de los agricultores, hay clases. Los hay que tienen puentecitos monos, incluso con puertas.
Otros son más cochambrosos.
De todo.
En la región, con todo el agua que tenían, se dedicaban principalmente al arroz, en las llanuras entre las montañas. De vez en cuando ponían canales artificiales.
Cuando nos encontramos con vacas por el camino, a Lucía le costó un buen rato decidirse a pasar.
Al cabo de un rato llegamos a un conjunto de templos en la base de una montañita. ¡Nos pidieron dinero por aparcar las bicis abajo!
Desde allí había un senderito para escalar la montaña empinada. Había carteles de prohibido por todas partes, pero aprovechando que no había nadie mirando, me fui para arriba. Lucía se quedó abajo refunfuñando, porque iba en chanclas y aquello resbalaba muchísimo, así que se perdió la vista desde arriba.
Y luego ya, de vuelta al pueblo central de la zona. Desde allí queríamos ir a Hai Phong, la ciudad grande que estaba ya en la costa. Habíamos dejado las mochilas grandes durante el día en un hotelito local, para poder hacer las excursiones, y cuando le dijimos a la recepcionista que queríamos ir a Hai Phong, en seguida nos dijo que ella nos pedía un taxi. Y eso que había otro taxi justo en la puerta que quería llevarnos, pero la recepcionista no hacía nada más que ahuyentarle para que fuésemos con el taxista que ella quería (vete a saber si era su primo). El otro taxista, que debía ser independiente, se pasaba todo el rato por delante de la puerta y nos miraba para ver si nos íbamos con él. Muy curioso ver como se reparten a los turistas. Yo y mi instinto de la libre competencia pretendíamos meternos con el taxista acechante previa negociación, pero Miguel, que ya había mareado a suficientes vietnamitas por un día, no me dejó.
Al final fuimos con el taxi que nos buscaron a la ciudad grande de la zona (Ninh Binh). Llegamos muy de noche, así que dejamos las mochilas y nos pusimos a investigar cómo ir el día siguiente a Cat Ba, la isla grande de la bahía de Ha Long. Quedaba ya muy poca gente en la calle, pero al final encontramos a una especie de agencia de viajes, donde nos dijeron que se encargaban de todo. De todo quería decir que teníamos que estar allí el día siguiente a las 6:30 de la mañana, y que del resto se encargaban ellos. Y que necesitaban parte del dinero ya. La agencia era un tugurio de mala muerte, donde no había nadie, el señor que nos contaba esto estaba realmente tomándose un refresco en las escaleras del portal de al lado. Como era de noche, no íbamos a encontrar nada más, y pensábamos que si no, íbamos a perder el día siguiente, le dimos el dinero. Yo de aquello no me fiaba ni un pelo, así que hice fotos a la tienda para saber cuál era por si acaso nos estaban timando. En fin, menos mal que al menos para un occidental todo es allí la mar de barato.
Y luego ya a cenar y a la cama rápido, que mañana nos tocaba madrugar.