En la ciudad misma no había demasiada actividad, salvo algún pescador local. Viendo el color del agua desde luego yo no hubiese metido el pie, no se me fuese a disolver, así que ni hablar de comerme ningún pez que pudiese salir de ahí.
Desde luego, los primeros en llegar al mercado no íbamos a ser, porque algún comerciante local ya estaba de vuelta en la ciudad cargado de fruta.
Al cabo de un ratito llegamos al mercado "mayorista" de la región, el equivalente a Mercamadrid. La cosa funcionaba así, el mayorista venía en una barcaza cargada de fruta o verduras, la anclaba en medio del río y esperaba a que viniesen los comerciantes locales. Cuando al cabo de un par de días se le acababa la mercancía, se volvía a casa y vuelta a empezar.
Como todavía era pronto cuando llegamos, Lucía estaba regular de sueño.
Para que los comerciantes locales sepan la mercancía que vende cada barcaza, cada barcaza cuelga de un palo una muestra de lo que venda.
Muchos barcos tenían ojos para que trajeran suerte.
Y hala, a cargar...
No habíamos desayunado, así que le compramos un bocadillo de algo que nunca sabremos qué era a una viejecita que iba en barca.
Con eso de comer Lucía se desperezó.
Y ya luego estaba contenta.
Después nos desviamos del río y nos metimos en canales laterales. Tras un ratito llegamos a una fábrica de fideos de arroz de los que comen todo el día en las sopas y salimos de la barca para visitarla.
La verdad es que la cosa mucha ciencia no tenía. Abajo a la derecha se ve un fuego que alimentan con la cáscara del arroz. El calor sirve para calentar las planchas que parecen de crêpes que hay abajo a la izquierda. Cuando están hechas se cogen con un rodillo y se dejan secar, estirándolas entre las esterillas del fondo.
A Lucía también le parecía fácil, así que probó a ver.
Después a las tortas hay que pasarlas por una máquina para hacerlas tiras alargadas, el fideo propiamente dicho.
Comimos algo y proseguimos por los canales. Era la mar de curioso ver las casas de los ricos, barcos de carga por los canales...
Aunque como era la hora de la siesta, ni Lucía ni la guía, una estudiante de universidad que chapurreaba el inglés, iban demasiado atentas.
Lo de abajo tiene bastante mérito, fregar los cacharros con el agua del río.
Sobre todo porque unos metros más allá río arriba, los vecinos tienen instalado el cobertizo/cagadero, de forma que los mojones caigan directamente a la corriente.
Al cabo de un ratito llegamos a otro mercado, este ya minorista, con barquitas pequeñas. Así que nos acercamos a ver.
Aquí los barquitos tienen menos cantidad, pero más variedad.
Tienen hasta puesto de carnicería.
El por qué las señoras van así de tapadas haciendo clima tropical es algo que se me escapa.
Y sé que soy un pesado, pero que es que me parece sorprendente que ni el tío que pesca...
ni el tío que friega los cacharros...
ni el tío que lava la ropa...
¡se hayan dado cuenta del tío suelta directamente los mojones al agua río arriba!
Después de un rato seguimos navegando por los canales. Abajo un grupo haciendo el tejado del garaje de las barcas.
Dejamos la barca aparcada en uno de los canales con la barquera y nos fuimos a dar una vuelta por tierra firme.
Las hojas que se ven detrás de Lucía son de una planta de plátano. La fruta cuando está empezando a crecer tiene este pinta.
Y cuando ya está grande, es como en la foto de abajo. El racimo de plátanos está a la izquierda de Lucía.
En las zonas rurales desde luego los caminos estaban sólo regular. No me extraña que la gente fuese a todas partes en barco. Era bastante más seguro.
Está claro que aquí lavavajillas no había.
La niña de abajo la mar de intrépida. Sin miedo al dengue, cólera.... Yo ahí no me metía ni en submarino.
Luego ya volvimos a donde nos estaba esperando nuestra barquera.
En algunos canales aparcaban también las barcazas grandes de mercancías.
Con la barca salimos luego de los canales y nos fuimos otra vez al río Mekong, volviendo por donde habíamos venido. Allí seguían todavía los comerciantes locales en el mercado.
Y aunque aquí ya estaba más tranquilo, os pongo un vídeo para que veáis las barcas de los mayoristas.
Y finalmente seguimos río arriba hasta que ya se avistaba la silueta con los imponentes edificios de Can Tho, la capital del Mekong.
Tras llegar al muelle y salir a tierra firma, vimos a otros viajeros que llegaban en un pequeño barco al mismo tiempo que nosotros. Les preguntamos y nos dijeron que habían salido de Phnom Penh, en Camboya, hacía un par de días!!!! De haber sabido que era posible, hubiésemos hecho el viaje así nosotros también. Nos lo reservamos para la próxima vez.
En el embarcadero de la ciudad, debajo del agua no se veía ni a 3 centímetros de profundidad, pero los niños vietnamitas no eran tan melindrosos.
Como ya era media tarde, nos fuimos a cenar rollitos vietnamitas por ahí.
Y después a coger un autobús que nos llevase de vuelta a Ho Chi Minh. En el camino Lucía aprovechaba para escribir un poquito.
En la excursión a Can Tho habíamos ido bastante ligeros porque habíamos dejado las mochilas grandes en un hostal en Ho Chi Minh (donde habíamos dormido antes). No estábamos del todo seguros de que fueran a estar allí cuando volvimos, así que nos alegramos bastante cuando las recogimos otra vez. En Ho Chi Minh teníamos unas 2 ó 3 horas de espera hasta que saliese nuestro siguiente autobús nocturno, así que ahora que estábamos en la metrópoli, aprovechamos para ir a la pelu.
Lucía no se libró. Lucía antes.
Lucía después.
Nuestro autobús salía casi a las 12 de la noche, así que vimos un poco la vida nocturna de la zona.
El equivalente al botellón en las calles aledañas.
Nos dio tiempo a una cena relámpago y todo, antes de que saliese el autobús.
Y luego ya... ¡autobús nocturno a Dalat! A mí me parecían fabulosos para ahorrar tiempo, pero a Lucía sólo le gustaban regular. Y eso que los de aquí no eran como los de Madrid - San Fernando, sino que tenían literas y asientos totalmente reclinables.