Tuesday, July 22, 2014

El delta del Mekong

El 15 de abril nos fuimos muy prontito de excursión por el delta del Mekong. Llegamos al muelle y nos montamos en la barca a eso de las 6:30 de la mañana, prácticamente al amanecer.

En la ciudad misma no había demasiada actividad, salvo algún pescador local. Viendo el color del agua desde luego yo no hubiese metido el pie, no se me fuese a disolver, así que ni hablar de comerme ningún pez que pudiese salir de ahí.


Desde luego, los primeros en llegar al mercado no íbamos a ser, porque algún comerciante local ya estaba de vuelta en la ciudad cargado de fruta.


Al cabo de un ratito llegamos al mercado "mayorista" de la región, el equivalente a Mercamadrid. La cosa funcionaba así, el mayorista venía en una barcaza cargada de fruta o verduras, la anclaba en medio del río y esperaba a que viniesen los comerciantes locales. Cuando al cabo de un par de días se le acababa la mercancía, se volvía a casa y vuelta a empezar.

Como todavía era pronto cuando llegamos, Lucía estaba regular de sueño.


Para que los comerciantes locales sepan la mercancía que vende cada barcaza, cada barcaza cuelga de un palo una muestra de lo que venda.


Muchos barcos tenían ojos para que trajeran suerte.


Y hala, a cargar...


No habíamos desayunado, así que le compramos un bocadillo de algo que nunca sabremos qué era a una viejecita que iba en barca.


Con eso de comer Lucía se desperezó.


Y ya luego estaba contenta.


Después nos desviamos del río y nos metimos en canales laterales. Tras un ratito llegamos a una fábrica de fideos de arroz de los que comen todo el día en las sopas y salimos de la barca para visitarla.

La verdad es que la cosa mucha ciencia no tenía. Abajo a la derecha se ve un fuego que alimentan con la cáscara del arroz. El calor sirve para calentar las planchas que parecen de crêpes que hay abajo a la izquierda. Cuando están hechas se cogen con un rodillo y se dejan secar, estirándolas entre las esterillas del fondo. 


A Lucía también le parecía fácil, así que probó a ver.


Después a las tortas hay que pasarlas por una máquina para hacerlas tiras alargadas, el fideo propiamente dicho.


Comimos algo y proseguimos por los canales. Era la mar de curioso ver las casas de los ricos, barcos de carga por los canales...



Aunque como era la hora de la siesta, ni Lucía ni la guía, una estudiante de universidad que chapurreaba el inglés, iban demasiado atentas.


Lo de abajo tiene bastante mérito, fregar los cacharros con el agua del río.


Sobre todo porque unos metros más allá río arriba, los vecinos tienen instalado el cobertizo/cagadero, de forma que los mojones caigan directamente a la corriente.


Al cabo de un ratito llegamos a otro mercado, este ya minorista, con barquitas pequeñas. Así que nos acercamos a ver.


Aquí los barquitos tienen menos cantidad, pero más variedad.


Tienen hasta puesto de carnicería.


El por qué las señoras van así de tapadas haciendo clima tropical es algo que se me escapa.




Y sé que soy un pesado, pero que es que me parece sorprendente que ni el tío que pesca...


ni el tío que friega los cacharros...


ni el tío que lava la ropa...


¡se hayan dado cuenta del tío suelta directamente los mojones al agua río arriba!

Después de un rato seguimos navegando por los canales. Abajo un grupo haciendo el tejado del garaje de las barcas.


Dejamos la barca aparcada en uno de los canales con la barquera y nos fuimos a dar una vuelta por tierra firme.


Las hojas que se ven detrás de Lucía son de una planta de plátano. La fruta cuando está empezando a crecer tiene este pinta.


Y cuando ya está grande, es como en la foto de abajo. El racimo de plátanos está a la izquierda de Lucía.


En las zonas rurales desde luego los caminos estaban sólo regular. No me extraña que la gente fuese a todas partes en barco. Era bastante más seguro.


Está claro que aquí lavavajillas no había.


La niña de abajo la mar de intrépida. Sin miedo al dengue, cólera.... Yo ahí no me metía ni en submarino.


Luego ya volvimos a donde nos estaba esperando nuestra barquera.


En algunos canales aparcaban también las barcazas grandes de mercancías.


Con la barca salimos luego de los canales y nos fuimos otra vez al río Mekong, volviendo por donde habíamos venido. Allí seguían todavía los comerciantes locales en el mercado.



Y aunque aquí ya estaba más tranquilo, os pongo un vídeo para que veáis las barcas de los mayoristas.


Y finalmente seguimos río arriba hasta que ya se avistaba la silueta con los imponentes edificios de Can Tho, la capital del Mekong.


Tras llegar al muelle y salir a tierra firma, vimos a otros viajeros que llegaban en un pequeño barco al mismo tiempo que nosotros. Les preguntamos y nos dijeron que habían salido de Phnom Penh, en Camboya, hacía un par de días!!!! De haber sabido que era posible, hubiésemos hecho el viaje así nosotros también. Nos lo reservamos para la próxima vez. 

En el embarcadero de la ciudad, debajo del agua no se veía ni a 3 centímetros de profundidad, pero los niños vietnamitas no eran tan melindrosos.


Como ya era media tarde, nos fuimos a cenar rollitos vietnamitas por ahí.


Y después a coger un autobús que nos llevase de vuelta a Ho Chi Minh. En el camino Lucía aprovechaba para escribir un poquito.


En la excursión a Can Tho habíamos ido bastante ligeros porque habíamos dejado las mochilas grandes en un hostal en Ho Chi Minh (donde habíamos dormido antes). No estábamos del todo seguros de que fueran a estar allí cuando volvimos, así que nos alegramos bastante cuando las recogimos otra vez. En Ho Chi Minh teníamos unas 2 ó 3 horas de espera hasta que saliese nuestro siguiente autobús nocturno, así que ahora que estábamos en la metrópoli, aprovechamos para ir a la pelu.



Lucía no se libró. Lucía antes.


Lucía después.


Nuestro autobús salía casi a las 12 de la noche, así que vimos un poco la vida nocturna de la zona. 
El equivalente al botellón en las calles aledañas.


Nos dio tiempo a una cena relámpago y todo, antes de que saliese el autobús.


Y luego ya... ¡autobús nocturno a Dalat! A mí me parecían fabulosos para ahorrar tiempo, pero a Lucía sólo le gustaban regular. Y eso que los de aquí no eran como los de Madrid - San Fernando, sino que tenían literas y asientos totalmente reclinables.










Wednesday, July 9, 2014

De Saigón al delta del Mekong

El 14 de abril nos fuimos de Saigón / Ho Chi Minh a Can Tho, la principal ciudad del delta del Mekong. Realmente estaba a sólo 150 km, pero aún así, se tardaban unas 4 horas y media en autobús. La mayoría de la gente hace esto en viaje organizado de uno o dos días, que incluye paseo en barco por el río, pero una vez más fuimos fieles al do-it-yourself. Por la mañana, mientras nos dirigíamos a la estación de autobuses íbamos viendo las partes no turísticas de las ciudad. Convencí a Miguel para ir en motillo con remolque, en vez de andando con las mochilas a casi 30 grados y a las 6:30 de la mañana. La combinación de mochila+calor+muy temprano me sigue haciendo temblar cada vez que la recuerdo.  Como la ciudad se desarrolla a toda velocidad, se ven actividades menos usuales en Europa. Como los obreros poniendo el tendido eléctrico volante.


O los técnicos de las eléctricas añadiendo cables a los transformadores en medio de la calle.


En las calles con tiendas un poco más elegantes se oye un continuo run-run y se huele a diésel. Saigón, a pesar de ser la ciudad más importante del país, no se libra de los apagones, así que muchos comercios tienen generadores a base de gasolina, y cuando se corta la luz, los sacan todos a la calle a hacer ruido y a echar el humo fuera. En general, gran parte del sureste asiático que hemos visitado huele a diésel. Si invirtieran en el tendido eléctrico en esta zona bajaban las emisiones no te quiero contar cuánto. 


Al principio de estar en Vietnam, me llamaba la atención ver a parejas paseando en las que la mujer llevaba una especie de bozal de tela. ¡Repámpanos, será que los vietnamitas tienen un truco para mantener a las mujeres calladas! - pensaba yo. Pero no, luego viendo más Lucía me explicó que las mujeres se las ponen para que no las dé el sol en la cara, porque aquí estás más guapa cuanto más claro sea el color de tu piel. En las droguerías venden montones de productos blanqueantes. La que va abajo en moto va cubierta de arriba a abajo. Con más de 30 grados lleva la máscara para la cara, guantes y calcetines. Realmente (estamos ante otro de los adornos de la realidad de Miguelin, como cuando dice que yo voy rateándole en los hoteles), las máscaras las llevan tanto hombres como mujeres, se ven más en conductores de motillos y son mayormente para la polución. Dicho esto, están obsesionados con no ponerse morenos, y la sección de productos blanqueantes en las tiendas es enorme y además bastante cara para los precios de aquí. 


Después del viaje en autobús, llegamos a Can Tho por la tarde. En principio queríamos alquilar un barco para ir por el delta del río el día siguiente, así que el resto del día lo dedicamos a ver la ciudad. 

Como en casi todos los sitios, lo primero que hicimos fue ir a ver el mercado. Abajo, un hombre pelando cocos.


Un puesto de fruta.


Y abajo un puesto de huevos. No son sólo huevos normales, sino que algunos los ahuman, otros los entierran en el suelo... 


De productos del pescado.


Hortalizas.


De esta especie de naranjas verdes se saca un zumo bueníiiiiiisimo, al principio pensábamos que era Tang porque tiene un color radiactivo, pero cuando lo probamos en Tailandia nos encantó y lo hemos ido buscando por todas partes. 


El mercado de Can Tho tenía una particularidad, y es que estaba pensado para que los clientes viniesen en moto y se parasen delante de cada puesto. Algunos ni siquiera se bajaban, y tenía que ir el vendedor a ofrecerle la mercancía para que el comprador la pudiese manosear a gusto y convencerse de la calidad sin tener ni que poner la pata de cabra.




El río es el medio de transporte esencial, y aunque la mayoría de las barcas tienen un motorcito auxiliar, la mayoría usa sólo los remos para no gastar combustible. Esta gente rema de una forma rarísima, de pie y mirando para adelante. Mucha gente no parecía estar trabajando en el sentido occidental de la palabra, más bien estaban socializando y charloteando. Hay que decir que eran ya las 6 de la tarde al menos, y que esta gente empieza el día sobre las 5 de la mañana. Podrán ser poco eficientes, pero vagos no. 


En general la vida parecía tranquila, aunque siempre unos más tranquilos que otros. El de abajo, por ejemplo, seguro que no tenía muy alta la tensión.


Barquito de transporte.


Barquero en el río.


Tomando un batido y una cerveza en la orilla.


La señora de abajo, que ya tenía sus años, era barquera, y se dedicaba continuamente a llevar personas de un lado al otro del río. 


Yo por mí me quedaría siempre al lado del agua, pero a Lucía no le basta, así que nos fuimos a dar una vuelta por el centro. Lo de abajo es un templo. En los templos es normal que haya palitos aromáticos que arden, pero este de abajo es que tenía el techo totalmente lleno. 


Y por la noche tocaba la cena. Estaba cerrado un restaurante que había mirado Lucía en la guía, así que dimos un par de vueltas hasta que vimos un puesto callejero que nos gustó. Bueno, nos gustó la atmósfera, porque el menú la verdad es que no ayudaba mucho. El menú sólo servía para ve que el plato más caro costaba 55.000 dongs, que viene a ser unos xxx euros, y por tanto estaba dentro de nuestro presupuesto.


Tuvimos mucha suerte, porque a un par de mesas de distancia había una vietnamita que hablaba inglés, y nos informó que la especialidad del restaurante era el ratón frito. También nos recomendó otro plato que no le entendimos lo que era, pero lo pedimos igualmente. 

El dueño era la mar de simpático y charlatán, pena que no le entendiésemos ni una palabra. Pero por señas nos explicaba que teníamos que dejar que se terminase de cocinar con el fuego que nos pusieron en la mesa y remover de vez en cuando con el palito. Nos costaba esperar, porque teníamos más hambre que el Lazarillo de Tormes.


Abajo se ve algo mejor.


La cazuela resultó estar buenísima y era un guiso de bejenjena. El ratón estaba también muy bueno. Aunque tenía bastantes huesos. Sabía parecido al pollo frito.


Nos gustó tanto que repetimos de todo. El dueño estaba la mar de sorprendido de que comiésemos dos veces y contentísimo de que su comida le gustase a los extranjeros.

Fue de los mejores sitios en los que comimos en todo el viaje.

Y luego ya, a la cama, que al día siguiente teníamos que levantarnos pronto para hacer la excursión por el delta del Mekong.