Tuesday, August 12, 2014

Hoi An

El 17 de abril nos despertaron al alba a través de la ventana del autobús los primeros rayos de sol que acariciaban los campos.



Bueno, en realidad, yo llevaba despierto una hora, porque entre entre el traqueteo de los socavones y las bocinas de los motoristas, no había pegado ojo desde las 5. Lucía sí que dormía a pierna suelta. Pero aunque la realidad fuese menos romántica, lo cierto es que el campo quedaba bonito.


Desde luego no éramos los primeros que nos despertábamos. 


El autobús se dirigía a Da Nang, una ciudad importante de la provincia, que estaba a unos 45 km de donde queríamos ir, Hoi An. Mi idea era llegar a Da Nang, y desde allí coger otro autobús a Hoi An. Lucía se enteró de que el autobús pasaba por la carretera general a unos 10 km de Hoi An y le pidió al conductor que nos dejara en el cruce de la general, que ya nos las apañaríamos nosotros para llegar. A mí eso me parecía arriesgado, pero en fin, Lucía es más alocada para estas cosas y quien manda, manda. Así que el autobús nos dejó en el cruce a nosotros dos y prosiguió su camino. Por suerte sí que había unos chicos con unas motillos por allí sin hacer nada, así que Lucía se puso a charlotear con ellos y a discutir hasta que acordaron un precio aceptable para todos. La verdad, es que para mí, a las 6 de la mañana, con las mochilas, a 10 km del siguiente pueblo y habiendo dormido poco y mal durante la noche, aceptable era cualquier cosa, pero para Lucía esto de regatear se lo toma como un deporte y disfruta como una enana. En fin que nos llevaron.


Lucía la mar de ufana porque todo había salido bien y no tenía que soportar nada de "yatelodeciayo-ismo" por mi parte.


En el hotel nos dieron un plato de fruta fresca nada más llegar.


Y después de dejar las mochilas nos fuimos a ver el resto de la ciudad. Para entrar en los templos, te piden que compres bonos. Los bonos valen para ver un número determinado de templos, casas de comerciantes y demás. Si quieres ver un templo más, tienes que comprar otro bono entero, así que hay que pensarse muy bien qué se quiere ver.

Empezamos con uno muy famoso que estaba cerca. En la entrada había un cartel con las instrucciones para los visitantes.


Además de lo normal como no llevar pantalón corto y demás, aquí había que mantener una actitud respetuosa, lo que implicaba no cruzar los brazos por detrás de la espalda o señalar a las estatuas. También había que mantenerse como mínimo a 3 metros de las estatuas. Y una vez que llegases a la mitad del santuario, no te podías girar hacia las estatuas. Vamos aquello parecía complicadísimo, y seguro que si te equivocabas en algo, te echaban mal de ojo y te salían almorranas. Así que en un descuido del monje de la entrada, hice una foto desde fuera a las dichosas estatuas y seguimos adelante.


Una de las pagodas más famosas está en un puente de piedra que hay que cruzar para llegar a la otra parte de la ciudad, así que con la excusa hay un guarda en el puente que pide el bono para picarlo a todos los turistas que quieren cruzar al otro lado.


Nosotros lo que hicimos fue cruzar por un puente pequeño de madera que había al lado y pasar por allí a la vuelta. Desde el otro lado, suponen que has pagado a la ida, así que no te dicen nada. :-)
Aunque la verdad es que el puente no es para tanto.


La verdad es que para ser un país oficialmente comunista, tiene cosas muy curiosas. Abajo hay una foto de los libros que tenían expuestos en una librería. No sé si son para los vietnamitas o si son lo que creen que les interesa a los turistas, pero de las dos formas resulta interesante.


Algunos títulos: "Encontrar y hacerse rico", "El cerrador de tratos de negocios", "El poder de venta definitivo", "Escapando de la venta basada en el precio", "La riqueza de la experiencia", "Todo sobre las acciones"...

Había mucha artesanía.


Y también bastantes casas de antiguos comerciantes.


Barqueras en el río esperando a los clientes.



Como buenos turistas, nos montamos en una barquita de esas para dar una vuelta.

Un "taxista" pasando por la orilla.


Casonas coloniales.


Nuestra barquera.


Barquitos anclados.


Después proseguimos la exploración en tierra firme.

Abajo un señor vendiendo pinchitos. Como en toda Asia, siempre con los taburetes de la "guarde" para los clientes. Para mí eso es más incómodo que comer de pié, pero a Lucía le gustan.


Una novia haciéndose fotos con un traje estilo occidental.


Fuimos a ver templitos de nuevo.





De lo más bonito suelen ser las puertas



Y los palitos de rezar y pedir deseos.


En muchos templos hemos visto ya los mega-inciensos en espiral, cuelgan del techo. Éste es uno visto desde abajo. Es una de las múltiples cosas en las que puedes invertir tus dongs si quieres que los señores del templo estén contentos. 


Ya atardecía y algunos templos estaban cerrados, pero hasta las puertas eran bonitas.


Se ve en los templos, mucha influencia china por todas partes. También en los dragones. 



Cuando anocheció, empezaron a encender los farolillos de colores.


Los farolillos de colores son de esas cosas a las que no me canso de hacer fotos. Esta gente lo sabe y los pone por todas partes. 




Y como ya cerraban las cosas, nos metimos en un teatro.


Tenían el mismo grado de profesionalismo que cuando actué yo en el teatro del pueblo, pero bueno, aún así o precisamente por eso me reí mucho.

Fuimos a cenar a una de las terrazas de al lado del río, y por todas partes brillaban los farolillos. Un sin vivir. No se puede una concentrar en la comida. 


Después de cenar seguía habiendo mucha actividad, toda concentrada alrededor del río. En ese momento todavía no sabíamos lo que era, pero había gente que vendía velitas en cestas de papel de colores, como la viejecita de abajo.


O los niños estos.


Realmente no estoy muy seguro de cómo iba la historia, (pues lo de siempre, enciendes la vela, la metes en tu barquito de papel / farolillo, lo bajas al río y si llega al mar - o al menos si dejas de verlo - se cumple tu deseo) pero nosotros hicimos lo que veíamos hacer a los demás, compramos unas cestas con las velitas y con un palo muy largo las bajamos desde un puente al río, y luego a mirar como se alejaban río abajo. En algún momento, nuestra cestita se quedó enganchada con algo y ya no bajaba más, y Lucía se pilló un cabreo de muy señor mío, así que la tuve que comprar otra cestita para que se quedase tranquila. Ésta se enganchó también, pero algo más lejos, así que a comprar otra cestita. De esta última, le dije que la dejásemos en el agua y nos fuésemos, que seguro que la cestita llegaba hasta el mar, y que no hacía falta quedarse a verla. Y menos mal, porque si nos hubiésemos quedado, yo me imagino ya comprando toda la mercancía y haciendo un negocio redondo a la viejecita y a los niños de los gorritos.

Realmente, hay otro motivo por el que compramos varias... una niña de menos de 10 años me estuvo insistiendo para que le comprase una - y no me gusta comprarle a los niños... cuando vio que se la compramos a la señora de abajo vino medío llorando a decirme que por qué no se la había comprado a ella... me cogió floja (creo que habíamos tomado algún mojito para cenar) y eso, unido a que mi farolillo verde había encallado en las plantas acuáticas, fue suficiente para comprar el segundo farolillo (rojo).

Y luego ya al hotel, que esta vez tocaba dormir en cama y hay que aprovechar. Y de camino, nos encontramos con estos señores. Ésta gente siempre ojo avizor a pescar al turista cansado y con las defensas bajas...y con sus farolillos y todo!


Hoi An es el Vietnam romántico de los farolilos de colores, las callejuelas, los barcos por el río y las barqueras con sombrero puntiagudo. Es, a pesar de ser muy turístico, muy bonito. Hay tiendas de ropa por todas partes que intentar convencerte de que te hagas trajes a medida, y como en casi todas partes en el país casi no te dejan respirar dos veces sin preguntarte si quieres subirte a un cyclo, comprar una camiseta o cualquier cosa parecida. Pero aun así es tranquila y agradable, creo que en parte porque la cierran al tráfico por horas, y el tráfico es una de las cosas caóticas de Vietnam que hacen que sea más difícil de digerir. 

Saturday, August 9, 2014

Dalat

El 16 de abril a eso de las 5:30 de la mañana llegamos a la estación de autobuses de Dalat. Estaba a unos 8 km de la ciudad en sí. En la estación esperaba un enjambre de motoristas dispuestos a llevar a los viajeros a sus destinos. Por suerte un estudiante vietnamita que viajaba con nosotros (y cosa más importante, que hablaba inglés!!!) nos había dicho que con el billete de autobús había viaje en furgoneta gratis al pueblo, así que esperamos un rato más y nos montamos con él y otros 8 en una furgoneta de esas, todo esto mientras no dejaban de venir uno tras otro motoristas a enseñarnos sus libros de referencias de lo bien que lo habían  hecho con otros viajeros (y esto a las 5:40h) . El estudiante le dijo al conductor que nos soltase en medio de la ciudad, y nos vino la mar de bien.

Así que nos plantamos en el centro a las 6:00 de la mañana con todas las tiendas cerradas y las calles vacías. Dalat es lo más parecido que hay en Vietnam a un pueblo alpino de Europa. Está por encima de 1500 metros de altitud y cuando los franceses invadieron Indochina decidieron hacer de Dalat una estación de montaña como las que tenían en su país. Tiene el clima fresco y no se parece nada al calor y la humedad de la gran parte del resto del país. Allí se cultiva vino, café y té. A los vietnamitas les parece exotiquísimo y vienen aquí de viaje de luna de miel. 

Lo primero que hicimos fue a ir a un hostal para reservar una habitación para la noche y poder dejar las mochilas. Y como la habitación estaba libre, ya de paso dormimos un par de horas en una cama de verdad.

Después de desayunar e ir a ver el mercado y de que Miguel comprase dos cafeteras vietnamitas y un kilo de café, nos pusimos a pensar en la mejor manera de visitar la zona. Y la que elegimos fue ir a una especie de club local de "Ángeles del Infierno" para que nos llevasen a los dos todo el día de excursión con motocicleta. El café de Dalat, como su fruta, tienen mucha fama en todo el país, y es más caro. El tipo de café más exclusivo, que creo que lo vendían a unos 30€/Kg, se fabrica dándole de comer a ciertos roedores (creo que comadrejas) los granos del café. Una vez que las comadrejas los han digerido, se recolectan los granos de café procesados. Y sí, se espera hasta que la comadreja los expulsa de manera y por los conductos naturales. 

Dalat en sí tiene el aire un poco extravagante y ridículo de los parques de atracciones, al menos en cuanto a las cosas que hay que ver. El paisaje en sí de montañitas es mono, las plantaciones muy chulas y el fresco un alivio, pero los vietnamitas creo que no vienen por eso sino por las atracciones. Visto que aquello era un poco estrambótico, decidimos que ya que lo hacíamos, lo hacíamos bien: a visitar todas las cosas raras a lomos de una Harley! (vale, era una Yamaha como mucho)

Primero nos llevaron a una casa parecida a las de Gaudí en Barcelona. Resulta que la hija de un general había estudiado arquitectura y le había gustado Gaudí, así que aprovechando las conexiones decidió hacer una construcción similar en la ciudad. Como buena construcción estilo Gaudí estaba sin acabar. Estrafalario es poco, pero a Miguel le encantó. A mí me seguía pareciendo que estábamos en medio de Eurodisney. 


A Lucía las escaleras la ponían mala. Algunas de éstas estaban a unos 10 m del suelo, y las barandillas están a altura de vietnamita (o sea por debajo de las caderas), además de que los peldaños son para pies vietnamitas. 


Después fuimos a un templo de meditación con un montón de monjes cuidando bonsáis. Por lo visto hay mucha gente famosa que viene aquí de retiro espiritual. Yo no tenía tanto tiempo, así que medité sólo un ratito. Realmente lo más bonito eran los bonsáis, el centro de meditación es básicamente como una casa de la tercera edad en esotérico. Muy muy occidentalizado, como el club de golf de los templos.


Después cogimos otra vez las motos. Born to be wiiiiiiiiiilld!!!!!!!!!!


Y nos llevaron a una cascada. Para bajar a la cascada se podía ir andando o en montaña rusa. Ni que decir tiene que nosotros escogimos la montaña rusa. Eurodisney!!!



La cascada en sí era bonita, pero tampoco era para tanto. Lo más gracioso es que había una pareja vestida con traje tradicional haciéndose fotos delante de la cascada, lo que en sí puede no resultar muy sorprendente - sólo que en este caso, como todo en Dalat, era un poco más estrafalario: al chico le pusieron una lanza en la mano como si estuviera cazando y a la chica la pusieran a ofrecerle agua de la cascada a su maridito. Hemos llegado a la sección de Pocahontas!!!!

Después fuimos al pueblo del pollo. El pueblo del pollo (no es nombre de nuestra invención - se llamaba literalmente Chicken Village) en principio es famoso sólo por esto:


Siendo Dalat, me creería que hubiesen construido un pollo en medio de la nada porque sí, pero hay que decir que había un sentido detrás de esto... algo de una pareja en la que el papi se oponía al matrimonio y mandó al pretendiente a cazar un pollo a una selva... y el pretendiente muere y la chica también a cuenta del pollo. Muy romántico.  
Pero ya aprovechamos para dar una vuelta por el pueblo. La mayor parte de la gente vivía del café. Después de recoger los granos, los dejaban secar al sol.


Después pasamos al lado del colegio del pueblo. No había ningún profe, así que los niños de diferentes edades estaban simplemente juntos y se entretenían a su manera. En cuanto nos vieron pasar, nos convertimos en el centro de su atención (consistente en que nos miraban, nos señalaban y se reían). Increíble, que aunque en general la limpieza brillaba por su ausencia, los niños dejaban los zapatos fuera y entraban descalzos en el cole. ¡E incluso barrían el cole sin que nadie se lo dijera!, aunque todo sea dicho, con bastante poco garbo.


Lucía se puso hablar con ellos, aunque yo eso de la comunicación lo veía poco claro.


En general, reinaba la anarquía. Algún chaval era modelo nato.


Aún con sus momentos de payaso.


Y otros eran más tímidos.


De todas formas no todos los niños estaban en el cole. La de abajo estaba por ahí llevando a su hermanito en bici. Desde luego, mucho contenido lectivo no se estaba perdiendo. El Niño es lo que está dentro del fardo negro, si os fijáis bien se be un pie a la altura del sillín. Y esa niña esta montada en una bici de adulto, aunque la verdad es que se la veía con soltura. 


No eran sólo las mujeres, también había papás paseando con los niños. 


Después de un rato, volvimos a coger las motos y dejamos el pueblo.


Lucía quería parar en una plantación de café - no, era de té -  a coger unas semillas, así que paramos 10 minutos al lado de la carretera. Tengo las semillas, se las traje a un par de amigos, a ver si salen.


Y justo a tiempo, porque 10 minutos después empezó a llover de repente. Menos mal que teníamos ponchos.


Al cabo de un par de minutos estaba diluviando, y yo hubiese parado, pero los "ángeles del infierno" vietnamitas seguían como si nada, y yo estaba demasiado ocupado intentando sujetarme a la moto como para sugerirles parar a esperar a que escampase. No tenemos fotos de esta parte pero en los siguientes 15 minutos la carretera se inundó y se llenó de fango... 

Menos mal que la lluvia torrencial duró poco.

Hicimos una última parada en una zona de templos. Abajo uno de los templos por fuera.


Y por dentro. La mar de mono. Las figuras de dragones y todos los relieves están hechos a base de trozos de cerámica rotos - si te acercabas veías que eran trozos de tazas, cuencos, platos... la verdad es que quedaban como hechos a propósito. Ni que decir tiene que este templo es sagradísimo para ellos. 


Después de eso, cogimos las motos y volvimos a toda velocidad a Dalat. Habíamos visto que era posible coger esa misma noche un autobús nocturno a Hoi-An, nuestra siguiente ciudad de destino en la costa, a un porrón de kilómetros. Y gracias al viaje en moto, nos habíamos hecho una idea de la zona de Dalat muy rápido, así que fuimos al hotel que habíamos dejado las cosas a las 6 de la mañana y les dijimos que muchas gracias y que ya nos íbamos. Los del hotel estaban la mar de sorprendidos, pero como les pagamos de todas formas, pues no les salió mal. La visita a Dalat, contra todas mis expectativas, resultó la mar de divertida. Era todo tan estrafalario, que nos reímos muchísimo. Y alguno de los templos, neones al margen, eran realmente bonitos. Y además conseguí mis semillas de té, que me las habían encargado y no las encontraba por ninguna parte. 

Así que nada, autobús nocturno a Hoi-An. Eso sí, la versión de lujo, que en Vietnam nos lo podíamos permitir.