Bueno, en realidad, yo llevaba despierto una hora, porque entre entre el traqueteo de los socavones y las bocinas de los motoristas, no había pegado ojo desde las 5. Lucía sí que dormía a pierna suelta. Pero aunque la realidad fuese menos romántica, lo cierto es que el campo quedaba bonito.
Desde luego no éramos los primeros que nos despertábamos.
El autobús se dirigía a Da Nang, una ciudad importante de la provincia, que estaba a unos 45 km de donde queríamos ir, Hoi An. Mi idea era llegar a Da Nang, y desde allí coger otro autobús a Hoi An. Lucía se enteró de que el autobús pasaba por la carretera general a unos 10 km de Hoi An y le pidió al conductor que nos dejara en el cruce de la general, que ya nos las apañaríamos nosotros para llegar. A mí eso me parecía arriesgado, pero en fin, Lucía es más alocada para estas cosas y quien manda, manda. Así que el autobús nos dejó en el cruce a nosotros dos y prosiguió su camino. Por suerte sí que había unos chicos con unas motillos por allí sin hacer nada, así que Lucía se puso a charlotear con ellos y a discutir hasta que acordaron un precio aceptable para todos. La verdad, es que para mí, a las 6 de la mañana, con las mochilas, a 10 km del siguiente pueblo y habiendo dormido poco y mal durante la noche, aceptable era cualquier cosa, pero para Lucía esto de regatear se lo toma como un deporte y disfruta como una enana. En fin que nos llevaron.
Lucía la mar de ufana porque todo había salido bien y no tenía que soportar nada de "yatelodeciayo-ismo" por mi parte.
En el hotel nos dieron un plato de fruta fresca nada más llegar.
Y después de dejar las mochilas nos fuimos a ver el resto de la ciudad. Para entrar en los templos, te piden que compres bonos. Los bonos valen para ver un número determinado de templos, casas de comerciantes y demás. Si quieres ver un templo más, tienes que comprar otro bono entero, así que hay que pensarse muy bien qué se quiere ver.
Empezamos con uno muy famoso que estaba cerca. En la entrada había un cartel con las instrucciones para los visitantes.
Además de lo normal como no llevar pantalón corto y demás, aquí había que mantener una actitud respetuosa, lo que implicaba no cruzar los brazos por detrás de la espalda o señalar a las estatuas. También había que mantenerse como mínimo a 3 metros de las estatuas. Y una vez que llegases a la mitad del santuario, no te podías girar hacia las estatuas. Vamos aquello parecía complicadísimo, y seguro que si te equivocabas en algo, te echaban mal de ojo y te salían almorranas. Así que en un descuido del monje de la entrada, hice una foto desde fuera a las dichosas estatuas y seguimos adelante.
Una de las pagodas más famosas está en un puente de piedra que hay que cruzar para llegar a la otra parte de la ciudad, así que con la excusa hay un guarda en el puente que pide el bono para picarlo a todos los turistas que quieren cruzar al otro lado.
Nosotros lo que hicimos fue cruzar por un puente pequeño de madera que había al lado y pasar por allí a la vuelta. Desde el otro lado, suponen que has pagado a la ida, así que no te dicen nada. :-)
Aunque la verdad es que el puente no es para tanto.
La verdad es que para ser un país oficialmente comunista, tiene cosas muy curiosas. Abajo hay una foto de los libros que tenían expuestos en una librería. No sé si son para los vietnamitas o si son lo que creen que les interesa a los turistas, pero de las dos formas resulta interesante.
Algunos títulos: "Encontrar y hacerse rico", "El cerrador de tratos de negocios", "El poder de venta definitivo", "Escapando de la venta basada en el precio", "La riqueza de la experiencia", "Todo sobre las acciones"...
Había mucha artesanía.
Y también bastantes casas de antiguos comerciantes.
Barqueras en el río esperando a los clientes.
Como buenos turistas, nos montamos en una barquita de esas para dar una vuelta.
Un "taxista" pasando por la orilla.
Casonas coloniales.
Nuestra barquera.
Barquitos anclados.
Después proseguimos la exploración en tierra firme.
Abajo un señor vendiendo pinchitos. Como en toda Asia, siempre con los taburetes de la "guarde" para los clientes. Para mí eso es más incómodo que comer de pié, pero a Lucía le gustan.
Una novia haciéndose fotos con un traje estilo occidental.
Fuimos a ver templitos de nuevo.
Y los palitos de rezar y pedir deseos.
En muchos templos hemos visto ya los mega-inciensos en espiral, cuelgan del techo. Éste es uno visto desde abajo. Es una de las múltiples cosas en las que puedes invertir tus dongs si quieres que los señores del templo estén contentos.
Ya atardecía y algunos templos estaban cerrados, pero hasta las puertas eran bonitas.
Se ve en los templos, mucha influencia china por todas partes. También en los dragones.
Cuando anocheció, empezaron a encender los farolillos de colores.
Los farolillos de colores son de esas cosas a las que no me canso de hacer fotos. Esta gente lo sabe y los pone por todas partes.
Y como ya cerraban las cosas, nos metimos en un teatro.
Tenían el mismo grado de profesionalismo que cuando actué yo en el teatro del pueblo, pero bueno, aún así o precisamente por eso me reí mucho.
Fuimos a cenar a una de las terrazas de al lado del río, y por todas partes brillaban los farolillos. Un sin vivir. No se puede una concentrar en la comida.
Después de cenar seguía habiendo mucha actividad, toda concentrada alrededor del río. En ese momento todavía no sabíamos lo que era, pero había gente que vendía velitas en cestas de papel de colores, como la viejecita de abajo.
O los niños estos.
Realmente no estoy muy seguro de cómo iba la historia, (pues lo de siempre, enciendes la vela, la metes en tu barquito de papel / farolillo, lo bajas al río y si llega al mar - o al menos si dejas de verlo - se cumple tu deseo) pero nosotros hicimos lo que veíamos hacer a los demás, compramos unas cestas con las velitas y con un palo muy largo las bajamos desde un puente al río, y luego a mirar como se alejaban río abajo. En algún momento, nuestra cestita se quedó enganchada con algo y ya no bajaba más, y Lucía se pilló un cabreo de muy señor mío, así que la tuve que comprar otra cestita para que se quedase tranquila. Ésta se enganchó también, pero algo más lejos, así que a comprar otra cestita. De esta última, le dije que la dejásemos en el agua y nos fuésemos, que seguro que la cestita llegaba hasta el mar, y que no hacía falta quedarse a verla. Y menos mal, porque si nos hubiésemos quedado, yo me imagino ya comprando toda la mercancía y haciendo un negocio redondo a la viejecita y a los niños de los gorritos.
Realmente, hay otro motivo por el que compramos varias... una niña de menos de 10 años me estuvo insistiendo para que le comprase una - y no me gusta comprarle a los niños... cuando vio que se la compramos a la señora de abajo vino medío llorando a decirme que por qué no se la había comprado a ella... me cogió floja (creo que habíamos tomado algún mojito para cenar) y eso, unido a que mi farolillo verde había encallado en las plantas acuáticas, fue suficiente para comprar el segundo farolillo (rojo).
Y luego ya al hotel, que esta vez tocaba dormir en cama y hay que aprovechar. Y de camino, nos encontramos con estos señores. Ésta gente siempre ojo avizor a pescar al turista cansado y con las defensas bajas...y con sus farolillos y todo!
Hoi An es el Vietnam romántico de los farolilos de colores, las callejuelas, los barcos por el río y las barqueras con sombrero puntiagudo. Es, a pesar de ser muy turístico, muy bonito. Hay tiendas de ropa por todas partes que intentar convencerte de que te hagas trajes a medida, y como en casi todas partes en el país casi no te dejan respirar dos veces sin preguntarte si quieres subirte a un cyclo, comprar una camiseta o cualquier cosa parecida. Pero aun así es tranquila y agradable, creo que en parte porque la cierran al tráfico por horas, y el tráfico es una de las cosas caóticas de Vietnam que hacen que sea más difícil de digerir.